{P} Un lugar tan romántico vale la pena para hacer una hoguera.

- Bueno, por mi que sería en tu habitación… con la puerta cerrada, poca luz… tú me entiendes – alzó los hombros con una sonrisita de cómplice, sus ojos cerrados lo hacían ver como una niñita a la cuál le gustaba molestar – Muy bien, lindura, es obvio que no te gusta la diversión. Vamos a llevarte a tu casita donde puedas tomar una taza de té y quejarte de los niños que pasen por tu jardín .

La vampiro se le adelantó con un par de pasos y las manos metidas en el bolsillo, se giró a ver de reojo a la azabache y con un gesto con la cabeza le incitó a que caminara, como si le dijera “¿Vienes o no?”. No le dijo nada más y se mantuvo como niña buena por ese rato, podía sentir que su compañera vampiro, a pesar de haber afirmado que se marchaba, estaba cerca, como espiándolas. Por mucho que le tentara a sonreír, no lo hizo, es más, quería saber qué tan curiosa era la muchacha, por lo que se dejó un semblante aburrido y desinteresado por el resto del camino.

Su cabello se bamboleaba de un lado a otro ligeramente y las botas sonaban como ninguna al pisar, era evidente que esa muchacha, aún sin hacer nada, llamaba la atención (Claro, porque el enorme sombrero también jugaba con eso de ser… ¿Excéntrica?) . Veía caer algunos pétalos de flores de los árboles, y algunas hojas también. Procuró no tener ningún contacto visual con su acompañante ni cuando había algo por encima de su hombro, le hacía pasar por alto como si ella fuera un fantasma (eso, seguramente, habría ofendido a Bongo. ¡No te rías, Marcy! Resiste… muy bien).

Finalmente, en la entrada del jardín, la vampira giró en sus talones para ver a Yuki, con una cara de que tenía ganas de dormir por un par de años en su baúl. Sacó sus manos del apretado pantalón, y los alzó a los lados como si le mostrara el panorama.

- Ya estamos afuera. La tienda de instrumentos queda a menos de una esquina. ¿Vas a ir por tu cuenta o tengo que ir llevándote de la mano también como si fueras niña pequeña? – su tono de voz ya no era tan bromista, mantenía el sarcasmo, pero nada. Veía una patrulla de polis cerca, parecía que aún buscaban al causante del ritual indígena con el árbol de cerezo. Marceline se acercó a la azabache sin mirarla, porque estaba muy ocupada viendo a la policía, y tiró de ella como ella dijo, cual niña pequeña – Vale, supongo que será llevándote de la mano.

Caminó a zancadas hasta la tienda de instrumentos, que como había dicho la vampira, no quedaba tan lejos. Era una de las pocas direcciones que se había aprendido en tan poco tiempo, eso y la de un supuesto sitio que te ayudaría a tener fama en la ciudad. Todavía estaba sintiendo una tremenda molesta en el estómago por eso último, ¿Cómo es posible que le tienen que decir que hay que seguir semejante sistemita para que sea famosa? ¡Ella ya es famosa! La gente es inculta aquí, ése era el problema. La obligan a trabajar… ¡A ella! ¡La emperatriz del…! No, esperen. Eso es de una peli.

Ahora sí, habían llegado hasta la tienda de instrumentos. Marceline le soltó la mano y se giró hacia ella, meneando su enorme melena oscura de cabello, cruzada de brazos y con el típico gesto inconsciente de ladear la cadera a un lado.

- ¿Ahora qué, lindura? – dijo ella, ligeramente más brusca que antes.

Marceline abrió la puerta y lo primero que vio fueron instrumentos, ¿Aunque no era obvio? Instrumentos, instrumentos, instrumentos. Si estuviera de buen humor sin duda sería como una niña en una dulcería, pero como tenía hambre y de paso, no le gustaban los dulces, esa referencia no le subía mucho los ánimos. Arrugó la nariz y pasó flotando, dejo pasar a la azabache y cerró la puerta tras su espalda. Miró a la muchacha, y tratada como una malcriada, la mandaron a la esquina del castigo. La vampiro le vio de pies a cabeza, contuvo su sonrisa, y se limitó a hacer un gesto con su mano, como si abaniqueara el aire, mientras se acostaba en el aire y decía algo "Ajáaa..." mientras cerraba los ojos.

Había restado pocos minutos para que la vampiro se quedara dormida, su cuerpo se elevaba poco a poco como si estuviera en un lugar donde la gravedad no sirviera. La trabajadora de a esa hora trató de encontrar con la mirada a la acompañante de la otra muchacha, y levantando la mirada por pura casualidad al ver una extraña punta de cabello flotando, encontró a Marceline cerca del techo, roncando suavemente.

Se quitó los lentes y se frotó los ojos, como si estuviera soñando como la muchacha de piel grisácea. Yuki volvió a tiempo para que sus orejas puntiagudas la captara y obligara a despertarse, la vampiro se tambaleó en el aire y bajó rápidamente, ahora bocaabajo, hacia la azabache. Miró con sueño el instrumento, e incluso, llegó a tirar de una de las cuerdas para comprobar si estaba afinado. No dijo nada, sus labios se tensaron hasta llegar a ser una línea recta con los dos colmillos más largos fuera.

Suspiró, y flotó en dirección a la encargada de la tienda y rebuscó en el bolsillo trasero de su pantalón una cartera. Lanzó de mala gana una tarjeta de crédito, y dijo como si contuviese un bostezo:

- Bien bien... yo pago. Cuenta corriente, ¿Eh? - dijo a la encargada, y la mujer, asintiendo velozmente, empezó a introducir los números de la tarjeta - Para que luego digas que no soy una buena chica. Si quieres te compras una segunda, esa está muy barata y no se si te dude demasiado. Aprovecha mientras sea generosa - se giró hacia Yuki, rascándose la cabeza, mirándole con el entrecejo fruncido.

- Bien bien, como quieras. No será mi culpa si para uno de tus conciertos esa cosa no dure cuando decidas estrellarlo contra el escenario - respondió Marceline con un suspiro, se había recostado de la mesa del cajero para recibir un recibo y su tarjeta de crédito de vuelta. Al mirar el precio, levantó ligeramente una de sus cejas y se la guardó bruscamente en el bolsillo trasero junto a la tarjeta Vámonos de aquí, me ruge la tripa - con su talle y delicadeza al hablar, le abrió a puerta a Yuki para que saliera de la tienda, y Marceline le siguió por detrás, flotando, dejando a la encargada todavía con la confusión de que la chica no caminara.

Se alejaron un poco de la tienda, y la muchacha ya empezaba con los sermoneos del agradecimiento. Marceline siguió haciéndose la que estaba aburrida, se rascaba la cabeza como si no se lo hubiera lavado hace días y se encogió un poco, volteándose a ver a Yuki sólo cuando terminó. Huy, no... esa sonrisita... esa carita... esas... ¡Esas mejillas color pastel!

- Tch, - respondió Marceline, perdiendo completamente su concentración como la chica que se aburría de todo. Acabó devolviéndole la sonrisa a Yuki con los colmillos más largos fuera, aunque parecía más una línea en sus labios con as puntas hacia arriba que una sonrisa - no quiero nada. O al menos... no requiero de servicios privados de tu persona por el momento. Aún así, resérvate un par de falditas cortas y mallas para cuando volvamos a salir.

Marceline dejó de flotar para caer de seco al suelo, sus zapatos sonaron como si tuviera unas varillas de botas de vaquero y su cabello se sacudió, volviendo con su aspecto de niña mala. Se metió una mano en el bolsillo y bajó su mirada para que el sombrero le tapara la mitad de la cara, pero su sonrisa volvía a ser la de antes y se extendía de forma maliciosa, como siempre.

- Keila está cerca... y huelo a que quiere tirarme de las orejas - dijo, olfateando como si fuera un perro. La vampiro había flotado tan rápido que parecía haberse teletransportado, pero cuando la azabache podía volverla a ver, ella ya estaba flotando sobre su cabeza - . Ya nos veremos en la próxima cita, tú dime cuándo y dónde y apartaré todo lo de mi agenda para verte, lindura~ - la vampiro había tirado de una de sus mejillas y con la misma mano le hizo levantar la barbilla, el gran sombrero que tenía le ocultó los rostros para que no vieran que la muchacha le había besado la punta de la nariz.

Riendo por lo bajo, volvió a tocar el suelo con los pies y empezó a caminar lento pero con un movimiento de caderas provocativo hacia delante, mientras lo hacía, se giró a ver de reojo a Yuki y le dedicó una sonrisa a medio lado, hizo un gesto de despedida con su mano y antes de doblar a la esquina, dijo en voz alta:

- ¡Ciao! - y Marceline se perdió de vista. El sonido brusco de un arbusto moviéndose dio a entender que era verdad que Keila estaba por ahí, y sonaba bien molesta.