{P} Un lugar tan romántico vale la pena para hacer una hoguera.

El bajo-hacha parecía llamar la atención, quizás demasiado. La cargaba puesta sobre el hombro y su enorme sombrero no parecía colaborar con el hecho de que estaba “escondiéndola”, ¿Pero ella, esconderse? ¡JÁ! Primero muerta por causas naturales que esconderse, y eso decía mucho sabiendo que era inmortal. Total, toda ella solía llamar la atención, y no era que tuviese el ego alto o algo por el estilo, sino que… ¡Era así! Simplemente, era así. Irresistible, demasiado para ignorar, una estrella, una GRAN estrella.

El bonito ambiente que provocaba ese jardín japonés le hacía traer viejos recuerdos de la época que permaneció en el continente asiático, odiando los extraños kimonos que solían ponerse las señoritas en la época, y a los hombres siempre les parecía que iban a salir afuera en una pijama muy calurosa. Es decir, ¡Iban con medias afuera! Qué absurdo. Había sido una lástima que dejase el continente cuando la moda explotó allí, aprovechando que tenía varios atuendos que seguro causarían sensación allí, como todo se volvió tan abstracto y hipster… Detalles, pronto se daría otra vuelta por ahí.

Volviendo a la actualidad, donde la muchacha se sentaba sobre un banco frente al charquito de ranas y asuntos románticos, vio a lo lejos unas cuantas parejas que cada una parecía tener lo suyo: La primera, era la típica pareja melosa que querían llegar al casamiento y a los cinco hijos; la segunda, una pareja que parece más amigos que otra cosa; la tercera una pareja donde los dos se miran y se sonrojan (algo le decía que el muchacho pensaba en cosas lascivas y no quería admitirlo, y la chica adivina sus pensamientos); la cuarta la dama era una dominanta, y la última parecía al borde del rompimiento. Podía escuchar claramente su discusión… porque la estaban gritando, obviamente, rompiendo el esquema de las demás parejas y la caída de las hojas rosadas del árbol plantado en medio del estanque.

- “Soy tu problema…” – repitió en voz baja, sonriendo a medio lado como si lo disfrutara – Sé lo que piensas, que no soy una persona feliz… ¡Qué dramáticos! Me gusta para una canción – se burló de ellos, sin poder evitar que fuera lo suficientemente alto para que lo escucharan. De inmediato, se excusó bajando la mirada y tocando notas al azar mientras que empezaba a tararear la letra.

Las personas le pasaban por un lado y con el ritmo de sus zapatos ella solía cambiar de canción, pasando por sus viejos éxitos e incluso por buscar uno para la canción que se le ocurrió gracias a la tediosa pareja. Uno o dos se le quedaron viendo como atontados, creyendo adivinar la canción de sus éxitos al ver que los tocaba con tanta facilidad, pero no pudieron ver lo que había más allá del enorme sombrero que le ocultaba de la cintura para arriba, ni siquiera pudieron ver el instrumento así que se quedaron con la duda de saber si esa era la legendaria bajo-hacha.

- Soy tu problema, bien… ¿Qué debo hacer yo? Sepultarte y... Beber tu sangre... – murmuraba y murmuraba, estirándose con poca decencia para ponerse cómoda.

- También es excelente para jugar Fruit Ninja en la vida real, si eso es lo que me preguntarás después – respondió, sin levantar la mirada, y sin dejar de tocar su bajo-hacha.

Sí, sabía perfectamente que llamaría la atención en cualquier momento, por el bajo o por el sombrero, cualquiera de los dos factores eran lo suficientemente llamativos para que algún iluso se le acercara a preguntar antes de que gritase como un fanático enloquecido al estar frente a su más grande ídolo musical. La muchacha sonrió a medio lado con el pensamiento, y dejándose llevar por el sonido de su instrumento, siguió cantando, casi como si le dedicara su hermosa a la jovencita que tenía frente a ella:

- Sé lo que piensas... no soy dulce para ti... ¿Qué es lo que quiero?... Soy tu problema – siguió y siguió, todo parecía ser palabras sin sentido y al azar que venían como un murmullo sumido a sus pensamientos que extrañamente iban con el ritmo del bajo.
Cuando parecía haber terminado (justo cuando se escuchó un “¡Se terminó!” de parte de la pareja histérica y cada uno tomó por su lado), la muchacha levantó la vista y se encontró con los enormes y brillantes ojos de la chica ilusionada por su bajo. La sombra que proyectaba su sombrero le daba un aspecto sombrío, pero su ojos de brillante carmesí le daban un toque juguetón, que fueron muy buenos con el contraste que dio su sonrisa con un colmillo fuera, como si le dijera algo a la muchachita frente a ella.

- Bueno, ¿Qué tal parece? Es sólo un boceto, cuando esté completa será mucho mejor – se puso de pie, y se arregló un poco los pantalones mientras se echaba el bajo hacia atrás, gracias a la correa que llevaba puesta – Lo sé, es buena de todos modos, pero necesito algo más completo si quiero inspirarme en serio. Así que nada de estarme plagiando, lindura~ – le dedicó un amistoso guiño, y rompiendo la estética de mantener el espacio personal entre desconocidos, le posó un dedo sobre la punta de la nariz de la muchacha como un “toque”.

¡Qué hermoso color rojizo se había colado en sus mejillas! Ni siquiera una manzana del más fino árbol le habría apetecido morder para quitarle el color rojo que tenía en sus mejillas. Si pudiera hacer que se tornara roja hasta el cuello, sería una escena sumamente deliciosa y digna de tomarle fotografía. Era del tipo de muchacha a la que seguramente se le iría el alma con una pequeña broma, y Marceline, por supuesto, estaría dispuesta a arrancársela con tal de reírse de su expresión por unos cuántos años.

Claro que, quizás demasiado rojo le podría arruinar la figura, ya que sería comer demasiado. De todos modos quiso apartar un poco el hambre y concentrarse en los comentarios graciosos de la chiquilla, haciendo que la propia vampira se riera como hubiera querido con la broma que mataría a la muchacha, llevándose una mano a la frente y haciendo algo como una pose dramática para la risa. La misma, por cierto, era escandalosa, pero endemoniada a la vez, como si fuera la de un villano de cuento.

- Lo siento, cariño, pero obviamente Gene Simmons se basó en MI bajo-hacha para poder hacer su instrumento de segunda – dijo con todo el aire de narcicismo que podía sacar. No le quitaba créditos al viejo ni le criticaba la música que hacía, pero obviamente, los sonidos de Marceline eran mucho mejor – Ahora que lo pienso… llevas mucho tiempo mirándola, chiquilla…

Marceline se le acercó, invadiendo un poco el espacio personal que debería mantener entre una desconocida y ella, sin dejar de mirarle a los ojos o sonreírle con la misma picardía. Hizo un movimiento con su mano que ni ella miró, pero un segundo después, ya se había quitado la correa del bajo-hacha y lo había puesto de distanciamiento entre la nariz de ella y la de la chiquilla.

- ¿Quieres probarla? – preguntó. Si cualquiera que la conociera estuviese allí, se habría extrañado muchísimo al ver que Marceline prestaba tan cordialmente su instrumento, sabiendo que parecía una perra celosa con sus bebés con cuerda – Pero ten cuidado… es filosa~ Así que mucha precaución donde metes mano, pequeña – el guiño que había hecho para acotar dentro de la frase le dio cierto doble sentido a la oración, cosa que le provocó por extender más su sonrisa.

Su sonrisa se hizo más grande de lo que imaginaba, incluso sus colmillos se asomaban con el mismo aire burlón que parecía conservar todo el día. Le entregó el instrumento a la chiquilla y esperó a que se cortara o se le cayera al piso, oportunidad perfecta para recogerla y así quizás jugarle una pequeña Broma. No dejaba de pensar en eso, ¡Es que se veía tan frágil! Oh, si tan sólo su hermano estuviera allí para poder colaborar con el susto, cuando sentía ternura por animalitos como esos no podía evitar endulzarse un poco. No le extrañaba, si se la pasaba tanto tiempo con un chicle…

Una vez despojada de su bajo-hacha, se quedó mirando con fijeza a la chiquilla frente a ella, con los brazos cruzados y ladeando la cintura a un lado, reluciendo su belleza de ultratumba (si, los chistes a veces no eran lo suyo). Pudo sentir el delicado roce de los dedos de la muchacha con las cuerdas filosas de su bajo, como si le acariciara. En el fondo, sentía que era una pérdida de tiempo, le hubiera gustado más traer a Corazón de Demonio, porque en cierto modo esperaba que cualquier iluso se le acercara. Aunque para su sorpresa, la chica sabía tocar, y cuando terminó, se le acercó y le rodeó los hombros con un brazo, casi como si le abrazara.

- Para ser una chiquilla, tocas muy bien – dijo a modo de halago, dedicándole otro guiño – . No te disculpes, de hecho, si yo no fuera la bajista de mi propia banda, podría incluirte allí, aunque ya somos muchos y tengo personas en cola – hizo un gesto con su pulgar para decirle que caminase con ella, y no es que tampoco le diera muchas opciones, porque la tenía presa con su brazo.

Recuperó su guitarra y miraba sonriente al frente, casi con orgullo al tener la barbilla arriba, ¿Qué sería lo que le cruzara por la mente? Ahora que las parejitas se habían ido, la calma y el ambiente a romance y dulces volvían a reinar en el jardín japonés… Era asqueroso.

- Dime, ¿Soy la única que quiere…? No, mejor no digo nada, lo dejaré de último como una sorpresa para nuestra cita – dijo sin mirarla, alzando los hombros – Por cierto, ¿Cómo dices que te llamas? – la atrajo más a ella, volviéndose hacia la bajista novata.

- ¡Yuki! Bonito nombre. ¿Sabías que eso significa “Suerte” en algunas culturas o cosas así? Lástima que el mío no me hace justicia – siguió caminando a quién sabe dónde, iba a explorar un poco con ella – Así que creo que puedes sentirte con suerte al estar conmigo, lindura. No todos los días puedes estar con una estrella. – se giró a verla de reojo, guiñándole el ojo por enésima vez.

A lo largo del camino murmuraba algunas cosas, quizás con relación a la canción que seguía construyendo poco a poco en su mente. Quería causar una buena impresión a su compañera, escondiéndola debajo de su enorme sombrero del sol por tenerla atrapada en su abrazo, podía ver sus dos colmillos perfectamente blancos y una sonrisa que insinuaba algo que podría atentar a su seguridad.

Mientras subían una pequeña colina del parque, se giró a verla de reojo y le sonrió, volviéndose a sentir medio encandilada por el color de sus mejillas. Sin resistirse más, pegó los colmillos sobre su mejilla y se robó su color rojo, relamiéndose los labios tras conseguir robarle el tono pastel de su mejilla derecha.

- Lo siento, pero me estabas tentando demasiado. – dijo divertida, encogiéndose de hombros – Aunque no tienes muy bien sabor, ¿Sabes? Tienes algo así como un sabor dulce a… paletas… Si, paletas. Y los dulces no me gustan – hizo como si le hubiera dado un escalofrío, desacelerando un poco el paso – ¿Qué quieres hacer, Yuki? No seas tímida, Marceline no muerde a menos que la provoques, como ahora~

- ¡Claro! Aquí hay una banca cerca. Ya me estaba aburriendo de estar caminando todo el día – dijo de buena gana a la pelinegra, llevándosela de la mano hasta una banca donde la depositó, aunque Marceline no llegó a sentarse, sino que se ubicó frente a ella con una sonrisa vampiresa, algo escalofriante a decir verdad.

Se le había quedado mirando de forma divertida, sus ojos entrecerrados daban a entender que algo estaba corriendo por su mente, algo que seguramente acabaría asustando a la muchacha. Se cruzó de brazos y su cadera estaba bruscamente pronunciada cuando la inclinó a la derecha, en una posición que para ella era cómoda. Vio a la chiquilla restregarse la mejilla y en seguida ella le intervino, cogiéndole la mano para apartársela y hacer un roce de sus dedos con la leve marca de sus colmillos.

- No te lo toques mucho, que luego te dejará marca. – dijo entre risas, volviendo a darle un toque a la nariz de la muchacha con su índice – En unos minutos desaparecerá, a menos que te gusten las pecas. Y lastimosamente, lindura, esas pasaron de moda hace más de 200 años.

Alzó los hombros, creando un ambiente de tensión que se había llevado a cabo por su silencio. La sonrisa seguía ahí, llegando a ser escalofriante, se encogió un poco sobre la banca y estiró los brazos, cruzando las piernas. Su bajo-hacha se había quedado entre sus piernas, amenazando a cualquiera con cortarle a la mitad con tal sólo mirarlo. Pocos segundos después de haber torturado a la muchacha con un silencio abismal, tomó su bajo-hacha y siguió tocando las mismas notas para “Soy tu problema”.

- Marceline Abaader, pero es muy tedioso que me llamen por mi nombre completo. Por ser tú, dejaré que me llames Marcy – respondió finalmente, volteándose hacia la chiquilla con una sonrisa de oreja a oreja – ¿Qué? ¿Nunca has visto a un vampiro en tu vida? Vamos, que pude haber conocido a tu tátara tátara tátara abuelo y debió haberte contado de mí alguna vez, por herencia como los collares absurdos o anillos de compromiso que le quitan a los muertos – alzó los hombros, volviendo su vista hasta el bajo-hacha.

¡Por supuesto que nunca ha visto seres mitológicos japoneses y nunca los verá! Todos esos se extinguieron hace muchos siglos ya, ni siquiera ella tuvo la oportunidad de verlos cuando estaban en vida, porque estaba metida en otro lado. De hecho, ella, aunque haya tenido que vivir hace más de mil años, no había creído en todo ese tipo de cosas, y si fuera una de las vampiras tradicionales seguramente se sentiría ofendida de cómo habían puesto a los de “su especie” desde las películas de Crepúsculo, ¡Todo un insulto! Ellos no brillan al sol, se queman. Es más, ni siquiera tenían un descontrol cuando sentían la necesidad de beber sangre, ni cuando tenían un orgasmo. La autora debería morir como los vampiros: Lentamente en el fuego.

¡Pero no nos desviemos del tema! Marceline tiene al lado a una hermosa señorita y esta exigía de su atención, ¿Quién era ella para ignorar el encanto de las mejillas de esa adorable humana? Esperaba que se volviera a sonrojar, esa última mordida le había abierto el apetito.

- Continuar con mi larga y agotadora carrera artística, por supuesto. – dijo ella, rasgando las cuerdas de su bajo-hacha y mirando con cierto desinterés a su instrumento – Éste es el único agujero en el mundo en que no han escuchado lo suficiente de mí, así que me he llevado a mi banda hasta esta pequeña pero excéntrica ciudad para, obviamente, hacerme con la fama que lleva siguiéndome desde hace siglos – alzó los hombros, total, ¿Acaso sonaba tan importante tener más de 800 años de fama y fortuna? Claro, con los cambios de época en época correspondientes – Me da algo de lástima que la gente que vive aquí, como tú, lindura, no sepa acerca de Marceline and the Scream Queens, así que les hice el favor de traerme hasta acá – sin duda, el tallo y la delicadeza eran propios de Marceline.

Su rostro, de forma inexplicable, se había tornado serio al momento en que calló. Había hecho a un lado su guitarra para mirar fijamente a los ojos de Yuki. Brusca, giró el cuerpo hacia su dirección, y empezó a acercársele lentamente como un animal hacia su presa. Podría haberla hecho caer de la banca de lo cerca que estaba, de nariz con nariz sintiendo que la respiración le diera en los labios (porque, obviamente, Marceline no podía respirar, aunque le gustaba fingir que sí). Su mirada carmesí estaba clavada en los ojos de ella, y cuando escuchó el sonido de un corazón acelerado, sonrió, mostrando los colmillos.

- ¿Por qué tan tensa, lindura? – murmuró, parece que la chica se quedaría con ese apodo por un tiempo – ¿Acaso… te doy miedo? – esa idea le parecía divertida, a decir verdad. Se escabulló casi como un fantasma hasta estar detrás de la muchacha, y un segundo después se encontraba masajeándole los hombros – Deberías ir al médico, esa tensión va a arruinar tu estilo de música y tu espalda. Relájate un poco, tu cuello está a salvo conmigo… o de mí por un tiempo~

Ahogó una carcajada de tremenda burla ante la ingenuidad de la muchacha, provocando casi por accidente que hiciera un jalón incómodo en su patética clase de relajación cuando se supone que estaba haciendo un masaje común y corriente. Intentó controlarse mientras que acababa de escuchar a Yuki,al borde del tartamudeo, con una sonrisa de oreja a oreja. Uh, ¿acaso olía miedo? Huele como al perfume de rosas que apestaba hace rato en la otra banca, y por alguna razón se le hacía igual de apetitoso. Por eso y con todo propósito encima, se le inclinó hacia delante cuidadosamente, hasta terminar de asomar su cara entre el cuello y hombro de la muchacha por el lado izquierdo; por supuesto, sin parar con su mal masaje.

- Fácil, cariño - comenzó, pegando su mejilla contra la de Yuki - , no soy de los vampiros de tus cuentos de adolescentes en las que tratarán de comerte mientras duermes. A mí no se me da el beber sangre - alzó los hombros divertida, dejando que una parte de su peso cayera sobre la muchacha - . Y antes de que me preguntes si soy vegetaria, no, tampoco lo soy. A mí se me da más el color rojo, como el de tus hermosas mejillas cuando te ruborizas - su risa parecía un ronroneo, estaba tan segura de haber dejado confundida a la muchacha que seguro no le importaría que dejara sus colmillos nuevamente sobre su pómulo, pero sólo se quedaron allí, pinchando ligeramente la cara de la chica sin hacer nada más.

Quedándose quieta, lentamente deslizó sus manos sobre los hombros de Yuki hasta posarlos sobre el borde de la banca, arremetiendo sobre la muchacha dejando que otra parte de su peso cayera sobre ella, como si quisiera echarla al suelo. Inclinó su rostro hacia delante para darle otro leve pinchazo a su mejilla, y cuando sintió el leve fluído de sangre, se retiró rápidamente dejando una marca inexistente de sus colmillos, como si sólo le hubieran picado un dúo de mosquitos.

- Confiar en mí o no sería muy fácil - dijo después de esconder sus colmillos en la comisura de sus labios, sentándose sobre el borde de la banca mientras que recostaba los brazos en sus rodillas y se inclinaba un poco hacia delante, ahora con una mirada algo desinterada - , pero olvidarme... eso sí es imposible - su tono de voz había vuelto a ser burlezco, y antes de que pudiera pillar esa miradita brillante de coquetería, se escondió en el sombrero tras bajar la mirada.