Blanco & Negro [Privado: Ayato]

Ladeó el rostro, divertido por el comportamiento de la estudiante, le agradaba que al menos pudiera seguirle el ritmo a su humor sardónico y lleno de dobles interpretaciones.

- Y dime, ¿cómo podrías saber si contesto con franqueza, hmm? No tienes cara de ser un polígrafo andante... ¿o es que tienes olfato de perro?

¿Predecir conducta o pensamientos ajenos? No, el dhampiro era un completo mediocre en cualquier valor medianamente relacionado con la empatía. Su instinto era muy certero en lo referente a situaciones, sobretodo en batalla, mas casi nunca funcionaba con las personas. Para su lamento solo los vampiros puros contaban con la habilidad de meterse en la mente de los humanos; aún así, Ayato respondió con el pecho muy inflado y una amplia sonrisa:

- ¡Es muy fácil saber qué piensan mentes simples como la tuya! - Exclamó confianzudo, para luego inclinarse hacia ella y referirse a lo del "olfato de perro": - Tengo algo mucho mejor que eso, preciosa - agregó con picardía, chasqueando la lengua a medida que la estudiaba de arriba a abajo sin disimulo, con el único fin de ponerla nerviosa.

- Y sólo acepto tus consejos porque se ve que sabes de estas cosas, no para subirte aún más ese ego que traes ya por las nubes - Ayato dejó escapar una amplia carcajada, incorporándose ante ella secretamente halagado. - Aunque comienzo a dudar que seas buena persona sólo porque sí... ¿acaso esperas alguna ganancia después de esto? - Aplacó las risotadas que luchaban por escaparse de sus labios y volvió la mirada hacia ella.
- ¿Qué si así fuera? ¿Me darías el gusto? - Preguntó insinuante, hundiendo ambas manos en las profundidades de los bolsillos de su pantalón y manteniendo la vista fija en ella.

Un reproche tras otro, esta humana realmente no sabía cuál era su lugar ni el riesgo que corría. Blablablá...nada más salía de su boca, ¿no podrían romper la tensión con "algo" más interesante? Se estaba cansando de esta dinámica y a medida que su apetito crecía su mal humor también.

- ¿Y qué es eso que dices que tienes y que es tan bueno? ¿Un arma secreta acaso? - Esta pregunta, en medio de todo su alegato general, le devolvió la sonrisa altiva que le caracterizaba.
- ¿Quieres saberlo? - Preguntó enarcando una ceja y dirigiendo, inesperadamente, una mano hacia ella.

Movimiento de referencia:

La detuvo sobre su cabeza, acariciándola como si se tratara de una niña pequeña sin abandonar su pérfida sonrisa. Ayato estaba convencido de su inferioridad aunque en el fondo le agradaba cuán obstinada podía llegar a ser, tomar su sangre podía convertirse en todo un desafío personal. El problema era que cada vez que echaba un vistazo a su alrededor parecía que más gente llegaba.

- El grandioso de mí jamás andaría mendigando dinero, es un servicio especial de mi parte...con un "gracias Ayato-sama" me verás satisfecho - respondió, encorvando su espalda para inclinar su rostro hacia ella, aún permanecía de pie por lo que ésta era la única forma de verla de frente. - Anda, quiero escucharlo~ - pidió con expresión de deleite, contradiciendo su "inocente" movimiento.

La ansiedad crecía de manera exponencial, ya siquiera podía mantener algunos de sus pensamientos en orden. La actitud de Aria persistía pero ¿por qué seguía hablando? De hecho...¿de qué estaban hablando? Vale, de la canción, ya hasta se le había olvidado...solo podía distinguir imágenes un tanto borrosas y aromas, muchos aromas.

- Me estás tocando la moral en este momento...niña... - respondió en un gruñido al ver que no le complacería. La frustración empezó a dominarlo, su mirada empezaba a perderse en el cuello descubierto de la estudiante. Empuñó la diestra, jalándole un poco el cabello de forma involuntaria ante la latente necesidad: - ...pero hueles endemoniadamente bien...y tengo un hambre de la putamadre... - murmuró con voz grave sin explicación, perdiéndose de nuevo y, sin soltar el cabello de Aria, acercó su rostro al de ella.

Deslizó la punta de su nariz por la mejilla ajena hasta acabar estudiando su cuello, sobre el cual depositó su boca de forma suave...para luego acabar succionando su piel, dejándole una pequeña marca difícil de disimular.

- Es una verdadera lástima que haya tanta gente rondando, ¿a que si? - Comentó lascivo, apartándose en el acto para evitar la posible zurrada que se llevaría. Había conseguido controlarse...por los pelos.

Bajó la vista en dirección a su pierna usualmente descubierta comprobando que un moretón comenzaría a crearse en unos minutos, la maldita le había golpeado en su intento por apartarle. Detestaba a los humanos arrogantes pero, por alguna extraña razón, ella le divertía. Un olor singular llamó su atención, dirigió la diestra a su mejilla y le echó una rápida repasada con la yema del pulgar, para luego observarlo y confirmar su duda: había sangre en él. Un raspón insignificante pero que había conseguido herirlo le cruzaba la mejilla en esos momentos y empezaba a arder.

Odiaba carecer de las técnicas regenerativas de los vampiros puros aunque contaba con la suficiente energía como para ahorrarse el dolor que sentiría un humano común, al menos en parte.

- Tienes agallas...pero déjame decirte algo... - Ayato volvió a dirigirse a ella, parado a cierta distancia de su posición e ignorando el hecho de que un pequeño hilo de sangre empezaba a navegarle la mejilla. - Tomo lo que quiero y cuando quiero, si no fuera por esta puta multitud protegiéndote estarías en un serio problema...no estás en condición para negarte a mis demandas... - sabía que ella no entendería en absoluto sus palabras, pero ¿qué importaba? Era una simple humana después de todo, una estúpida y limitada humana...con un aroma exquisito. - Salta a la vista que te gusto, yo ni de joda le cantaría a un sujeto que acabo de conocer...pero descuida, la próxima vez me aseguraré de encontrarte sola. Entonces nos divertiremos - anunció llevándose una mano a la cintura, sonriendo ladino con evidente seguridad.

Debía alejarse cuánto antes, los humanos que frecuentaban el parque no le apartaban la mirada de encima desde que había jalado el cabello a la niña y ésta había empezado a protestar. De seguro algún imbécil moralista se le acercaría para darle una reprimenda que él no quería escuchar. Sin despedirse siquiera, dio la espalda a Aria y marchó en dirección opuesta, alejándose del parque como cualquier citadino normal, perdiéndose en una multitud transitada de la ciudad.