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A voice bound to the abyss (Priv. Aria)
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A voice bound to the abyss (Priv. Aria)
Había tenido una noche intensa atendiendo una urgencia. Su insomnio constante le permitía ofrecer ayuda a cualquier hora; bastaba un mensaje o un e-mail, y estaba listo. A pesar del caos que implicaban estos casos, le llenaban de satisfacción. No solo disfrutaba de la oportunidad de ver y estudiar lo que otros no podían, sino también de poder brindar alivio a sus pacientes.
Aquella mañana, su día libre, había pasado horas frente a las partituras y el ordenador, buscando capturar una melodía que, aunque estaba casi formada en su mente, se resistía a tomar forma. Era como tener una palabra en la punta de la lengua; sabía que estaba allí, pero faltaba ese elemento intangible para completarla. Frustrado, decidió salir a dar un paseo para despejarse y, tal vez, encontrar la chispa de inspiración que necesitaba.
Vestía una camiseta de tirantes verde oscuro, una cazadora bomber con detalles blancos y parches, jeans desgastados gris oscuro y botas negras. Un choker de cuerno negro rodeaba su cuello, mientras que varios anillos adornaban sus dedos, y una cadena colgaba del cinturón. Su oreja ostentaba un piercing largo y otros más pequeños alrededor de la hélix de ambas orejas. Su apariencia era lo suficientemente desenfadada y peculiar como para hacer que cualquiera dudara de su profesión.
Caminó con las manos en los bolsillos, hasta que llegó al parque, un lugar que en ese momento parecía tranquilo. No era un gran admirador de las flores, pero había una en particular que siempre captaba su atención: la convalaria, también conocida como lirio de los valles. La forma de sus pequeñas campanas blancas, su capacidad de reproducción tanto sexual como asexual, y su naturaleza tóxica a pesar de su uso en medicina eran detalles que le resultaban fascinantes. Se agachó a observar una de estas flores, dejándose atrapar por su delicado aroma.
Fue entonces cuando escuchó una voz. Dulce, cristalina, como un eco angelical que resonó en sus pensamientos y le erizó la piel. La melodía encendió algo en su cerebro, dejándolo momentáneamente en blanco y haciendo que entreabriera los labios en un leve jadeo. Como impulsado por un magnetismo inexplicable, se levantó y siguió la voz, acercándose hasta quedar a un metro del banco donde una joven de cabellos dorados estaba sentada, cantando. Esperó a que terminara antes de acortar más las distancias.
—Eso fue hermoso —comentó, consciente de que hablar desde atrás podría asustarla. Dio la vuelta al banco hasta quedar frente a ella—. Tienes una voz hermosa —especificó, procurando evitar el contacto visual directo, pues era consciente de su propia naturaleza y de los efectos que podría causar—. Eres justo lo que necesito, ¿podrías cantar para mi?
Por unos instantes sus ojos coincidieron con los de la joven: era una mirada hipnótica, penetrante y peligrosa, como si absorbiese el alma e incitara a su victima a caer en su abismo, tan atrayente que todo lo demás dejaba de existir. Solo fue un instante como para que las voces empezasen a susurrar en la mente de su víctima, pero si fue lo bastante intenso para que, cualquier mal interior pudiese empezar a despertar. Esperaba que aquella fugaz conexión no hubiese provocado efectos indeseados; en alguien mentalmente estable, o sin ningún mal adormecido, un vistazo breve no debería tener consecuencias.
Aquella mañana, su día libre, había pasado horas frente a las partituras y el ordenador, buscando capturar una melodía que, aunque estaba casi formada en su mente, se resistía a tomar forma. Era como tener una palabra en la punta de la lengua; sabía que estaba allí, pero faltaba ese elemento intangible para completarla. Frustrado, decidió salir a dar un paseo para despejarse y, tal vez, encontrar la chispa de inspiración que necesitaba.
Vestía una camiseta de tirantes verde oscuro, una cazadora bomber con detalles blancos y parches, jeans desgastados gris oscuro y botas negras. Un choker de cuerno negro rodeaba su cuello, mientras que varios anillos adornaban sus dedos, y una cadena colgaba del cinturón. Su oreja ostentaba un piercing largo y otros más pequeños alrededor de la hélix de ambas orejas. Su apariencia era lo suficientemente desenfadada y peculiar como para hacer que cualquiera dudara de su profesión.
Caminó con las manos en los bolsillos, hasta que llegó al parque, un lugar que en ese momento parecía tranquilo. No era un gran admirador de las flores, pero había una en particular que siempre captaba su atención: la convalaria, también conocida como lirio de los valles. La forma de sus pequeñas campanas blancas, su capacidad de reproducción tanto sexual como asexual, y su naturaleza tóxica a pesar de su uso en medicina eran detalles que le resultaban fascinantes. Se agachó a observar una de estas flores, dejándose atrapar por su delicado aroma.
Fue entonces cuando escuchó una voz. Dulce, cristalina, como un eco angelical que resonó en sus pensamientos y le erizó la piel. La melodía encendió algo en su cerebro, dejándolo momentáneamente en blanco y haciendo que entreabriera los labios en un leve jadeo. Como impulsado por un magnetismo inexplicable, se levantó y siguió la voz, acercándose hasta quedar a un metro del banco donde una joven de cabellos dorados estaba sentada, cantando. Esperó a que terminara antes de acortar más las distancias.
—Eso fue hermoso —comentó, consciente de que hablar desde atrás podría asustarla. Dio la vuelta al banco hasta quedar frente a ella—. Tienes una voz hermosa —especificó, procurando evitar el contacto visual directo, pues era consciente de su propia naturaleza y de los efectos que podría causar—. Eres justo lo que necesito, ¿podrías cantar para mi?
Por unos instantes sus ojos coincidieron con los de la joven: era una mirada hipnótica, penetrante y peligrosa, como si absorbiese el alma e incitara a su victima a caer en su abismo, tan atrayente que todo lo demás dejaba de existir. Solo fue un instante como para que las voces empezasen a susurrar en la mente de su víctima, pero si fue lo bastante intenso para que, cualquier mal interior pudiese empezar a despertar. Esperaba que aquella fugaz conexión no hubiese provocado efectos indeseados; en alguien mentalmente estable, o sin ningún mal adormecido, un vistazo breve no debería tener consecuencias.
Iska- Ocupación : Ciudadano
Mensajes : 25
Fecha de inscripción : 03/01/2024
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