Ecos de lo desconocido [Priv. Drayden]

Yves caminaba sin rumbo por las calles de la ciudad, intentando escapar de la tormenta que se agitaba en su mente. Las luces de neón titilaban sobre el asfalto mojado por la lluvia reciente, y el bullicio de la vida nocturna le ofrecía una distracción tentadora. Llevaba días sintiendo que su estabilidad mental estaba a punto de quebrarse. Cada vez que intentaba conformarse a la vida humana que llevaba, algo en él estallaba. Había pasado horas en su taller, desgarrando telas que no parecían adecuadas, destruyendo su propio trabajo con una ira que no podía controlar.

Vestimenta Yves:

—¿Por qué sigo intentando esto?— Se preguntaba mientras cruzaba una esquina.

Fue entonces cuando lo vio. Un pequeño bar, escondido entre edificios más modernos, con una luz tenue que parecía menos llamativa que los clubes ruidosos de alrededor. Se detuvo en la puerta, el sonido bajo de la música y las risas suaves escapando por la entrada. Un trago no me vendría mal, pensó, sabiendo que la tranquilidad que buscaba probablemente no la encontraría allí, pero al menos podría alejarse un poco de sus propios pensamientos.

Entró sin más, pasando desapercibido entre la poca multitud que bebía y charlaba en las mesas y en la barra. El ambiente del bar estaba cargado de una energía misteriosa.

Caminó hacia la barra y pidió un whisky doble, buscando ese calor momentáneo que el licor le proporcionaba. Mientras esperaba su bebida, miró alrededor con curiosidad, intentando distraer su mente de las visiones que lo atormentaban. Fue entonces cuando sus ojos se detuvieron en alguien al otro lado del lugar. Un hombre, sentado solo, su cabello oscuro despeinado y un vaso a medio servir a su lado.

Había algo en él, algo que, aún que el angel caído no podía definir, lo atraía. El hombre parecía despreocupado, pero emanaba una presencia que lo distinguía de los demás. El peliblanco entrecerró los ojos, estudiándolo más de cerca.

No había pasado mucho desde el incidente de Raum y Dantalion, no era que particularmente el asunto le quitara el sueño, pero tampoco podía decir que pasaba de él. Después de todo, había dedicado las últimas noches sin trabajo a pasear entre uno que otro nuevo bar viendo si lograba encontrar un barman medianamente decente en la ciudad. No era que tuviese un gran apego a Raúl, el barman al que Raum le había robado el corazón, literalmente, pero no era una tarea fácil cumplir los estándares del príncipe de las tinieblas.
Aquel Martini seco era una burla.
Probablemente no volvería a aquel bar, pero tampoco le apetecía moverse del agradable lugar en el que estaba. La energía del Bar le venía bien, quizás solo era cuestión de cambiar al barman y ya. ¿Debería llamar a Raum para que hiciera el trabajo? Por un momento una sonrisa divertida se asomó en su semblante, divertido con su propio pensamiento, omitiendo la molestia que le generaba tener a aquel esbirro que hasta hace poco era completamente insignificante, ahora un poco más presente.
Divagante de sus pensamientos, fue sorprendido por una mirada inusual. No era raro que algunos humanos percibieran algo extraño en Lucifer, pero la mayoría no tenía el valor de quedarse estudiándolo mucho tiempo, sin embargo, aquella mirada presencia no era humana, no necesitaba más de un par de segundos para sentir a otras criaturas similares a él como si fuesen una extensión de sus propias alas marchitas.
-Qué atrevido. -pensó con la sonrisa divertida todavía adornando sus labios mientras sus ojos se fijaban en la silueta del sujeto que lo estudiaba, haciendo un gesto al alzar su copa en su honor como una invitación.
-¿Pero qué tan valiente? -moduló lento, en completo silencio, solo para que él pudiera leer sus labios.
Al parecer el lucero caído estaba de humor aquella noche para una conversación.

El whisky llegó a sus manos y lo sostuvo entre los dedos. Su mirada no abandonaba al hombre en la esquina, ese extraño con una presencia casi palpable, como si la penumbra del bar se aferrara a él, subrayando su aura oscura y magnética. El angel bebió un trago lento, sintiendo el calor del licor descender por su garganta, sin poder evitar la sensación de familiaridad que aquel desconocido despertaba en él, aunque no podía precisar el porqué.

Entonces, los ojos de aquel hombre se encontraron con los suyos. Yves contuvo un suspiro, sorprendido ante la intensidad de su mirada. La sonrisa ligera y retadora en los labios del extraño le hizo alzar una ceja, intrigado. No era común que alguien se atreviera a sostenerle la mirada de esa manera.

El hombre alzó su copa hacia él, un gesto que podía interpretarse tanto como invitación o desafío. El peliblanco dejó que una sonrisa casi imperceptible se asomara en sus labios, observándolo con interés renovado mientras leía los labios ajenos pronunciar unas palabras que parecían dirigirse solo a él. "¿Pero qué tan valiente?"

"Valiente, ¿eh?" Pensó, divertido. Las palabras del desconocido parecían ser una provocación, un juego silencioso en el que, contra todo pronóstico, sentía que estaba dispuesto a participar. No sabía qué esperaba encontrarse al acercarse, pero la curiosidad quemaba en él más intensamente que el alcohol en su garganta. Algo en la energía que desprendía aquel hombre lo llamaba, como un reflejo de la misma oscuridad que él había intentado dejar atrás.

Inspiró profundamente, dejando a un lado sus dudas, y con la misma sutileza que había llevado toda la noche, se deslizó entre la multitud, acercándose hasta detenerse junto a él. De cerca, la presencia de aquel hombre era aún más intensa, como si fuera una fuerza que absorbiera toda la energía del lugar, dejando a su alrededor un silencio casi tangible.

Yves levantó su propio vaso, devolviéndole el gesto, y se inclinó ligeramente hacia él, sin romper el contacto visual.

—¿No sería una noche muy aburrida si no lo fuera?— respondió, dejando que una sonrisa cargada de misterio y sarcasmo iluminara sus facciones, su voz grave y suave, solo audible para aquel extraño, aunque el peso de sus palabras llenó el espacio entre ellos — Dime, ¿Es tu primera noche aquí?—

Se recostó en la barra, sus ojos fijos en los de aquel hombre, como si estuviera retándolo a continuar con el juego.