El Filántropo (Priv.)

Aquel día miraba con una sonrisa de asombro los escaparates de una tienda que le había llamado la atención en una galería de caracol que había descubierto muy cerca de la plaza que solía frecuentar, llena de tiendas de antigüedades, ropa, y una que otra joyería por allí. "Me recuerda a varias cosas que se ven en los museos o hasta la colección de la mansión" pensó con un poco de nostalgia, casi pegada al vidrio de la vitrina. Ganas no le faltaban de querer comprar algo de la tienda frente a la cual se encontraba, pero debía de ahorrar y no paraba de repetírselo cuando un impulso le llenaba. Al estar en Glass City no podía usar el dinero de su cuenta bancaria o fácilmente podrían rastrearla, y claramente el dinero no le sobraba ahora, ya no estaba en Londres, y debía sobrevivir en base a una beca estudiantil otorgada por la academia gracias a sus buenas calificaciones y además una especie de "bonus" por haber viajado desde lejos. "Quizás deba conseguir pronto un trabajo...pero, ¿dónde? No pienso ser una mesera, ya tuve suficiente en ese festival" recordó en ese momento la ocasión en que debió vestirse de maid para una actividad escolar donde las miradas se posaban en ella, y una que otra mano de algún atrevido que ni siquiera era parte del alumnado.

"Aah... esos adornos se verían tan bonitos en mi cuarto... no tengo casi nada de decoración salvo las flores... pero son antigüedades, seguro y son algo caras... ¿por qué a mí? Aléjate de mí, impulso de consumismo. Vamos Aria, ya no estás en tu casa, no puedes gastar como quisieras... además ya te gastaste tu presupuesto mensual de cosas extras en esos últimos libros que compraste..." suspiró con pesadez y dejó escapar un gruñido de frustración, terminando por resignarse a comprar algo, pero se consoló pensando que podría mirar un rato más, después de todo no perdía nada con ello.

Se había decidido a salir a dar uno de sus paseos, solía seguir sus pasos por muchos lugares usualmente tranquilos pero en otras ocasiones, como ésta vez, ir a lugares ruidosos como unos grandes almacenes le resultaba la mar de entretenido; quería comprar algunos adornos para su hogar pues, a pesar de ser alguien sencillo, tenía también sus pequeños caprichos y el dinero, gracias a su familia, a sus “trabajitos” y a su forma de ser, era algo que no le preocupaba en absoluto. Paró frente el escaparate de una bonita tienda de antigüedades donde algo había llamado su atención, a su lado, una jovencita parecía estar oteando el interior y, a su parecer, estaba algo perdida en sus pensamientos. La saludó en una educada y elegante reverencia que, al mismo tiempo, tenía un toque informal y familiar.

- ¿Conoce “la dama de oro”, señorita? -sus ojos se fijaron en una reproducción fiel del retrato de una señora elegante pintada y rodeada de dorado, uno de muy conocido y seguramente de los más caros en las subastas de arte- El autor Gustav Klimt me tuvo anonadado por muchos años, sus cuadros son vibrantes y hermosos… ah, pero esa réplica bien lograda es un retrato muy especial, posee una historia muy interesante -la miró de reojo sin poder evitar soltar una pequeña y suave risa al darse cuenta que le estaba hablando de la nada… aunque ya no le extrañaba, no era la primera vez que le pasaba si así le nacía, además, él no conocía la vergüenza por ser como es. Adoraba aprender pues era un hombre dotado de una curiosidad insaciable y de un querer saber increíble, usaba su cerebro de forma muy activa a pesar de ser al mismo tiempo una persona simple... pero compleja, no es que tuviera realmente un término medio. Se inclinó ligeramente hacia ella con su casi perenne sonrisa en los labios- Espero no molestarla, pero es imposible no comentar la belleza artística del retrato de Adele Bloch -aunque seguramente, a diferencia de algunos ornamentos y decoraciones más accesibles que había en la tienda, el cuadro sin duda llamaba la atención por su belleza... y su precio.

Se sobresaltó cuando de la nada escuchó la voz de alguien hablándole, ¿acaso estaba haciendo una reverencia?. Le extrañó bastante que un desconocido le conversara así como así de manera tan repentina, ¿debería de sospechar? Razones a veces no le faltaban, sin embargo, fuera como fuera la situación, no podía ser descortés con alguien que hablara tan bien del arte, sobre todo de alguien como Klimt.

—D-disculpe? Eh... yo... s-sí, le conozco... de hecho... me... me gusta Klimt... –dijo volteando para mirar el cuadro, echándose un poco para atrás en reflejo por la proximidad del otro– Eh... no... descuide, no molesta... es sólo... que no acostumbro que extraños me entablen una conversación así sin más, jeje... –reía un poco y hablaba pausadamente por los nervios y por incomodidad al no querer ser descortés, pero manteniendo la guardia en caso que debiera de huir precipitadamente– pero... es verdad, sí, en efecto el cuadro es muy hermoso... –carraspeó en busca de lograr calmarse por fin– Si me disculpa... este, con permiso... –rodeó al hombre para entrar en la tienda– disculpe... ¿cuánto por el pequeño armario ése? ¿Y por el incensario...? –le preguntó al dueño tras el mostrador, decepcionada por el elevado precio, no logrando ocultarlo con un suspiro– Oh... ya veo... muchas gracias, eh... –se alejó un tanto avergonzada para ir a mirar otros objetos de la misma tienda– "Ya me lo esperaba, ¿cuánto querías que costara, eh? Así te sirve para refrenarte un poco" -se dijo en su mente con un poco de pesar.

"Creo que mejor sigo decorando con flores... quién sabe y quizás Louisse me regala una de esas campanas japonesas de viento... son bastante bonitas, quién lo diría"

Su sonrisa se tornó divertida, no le extrañó para nada que la joven se sorprendiera por la repentina conversación y, en cierto modo, eso era lo divertido para él cuando eso ocurría. Apretó los labios aun sin dejar de sonreír mientras la muchacha intentaba lidiar con la situación para terminar huyendo de ésta y meterse dentro de la tienda, fue entonces cuando Masamune no pudo evitar soltar una risotada no muy escandalosa “Qué jovencita más graciosa” pensó para sí. De todos modos tenía asuntos que atender en aquella misma tienda, así que entró para deleitar sus orbes con todos los objetos que había expuestos sobre las estanterías y los mostradores, cada una de ellas con su propio encanto y su propia energía, pues Masamune podía sentirla. No pudo evitar escuchar la conversación de la joven con el dependiente, esbozando una sonrisa divertida de nuevo pues, de algún modo, todo aquello le traía cierta diversión, pero no era a malas, simplemente la situación le parecía tremendamente mundana y, para él, ese tipo de problemas monetarios habían pasado a ser inexistentes desde el primer momento en que los Okita le apartaron de su familia y le atraparon en su seno de bien pequeño.

- Disculpe -se acercó al dependiente con una preciosa caja de música entre sus manos, una de muy antigua y tallada a mano- ¿Podría cobrarme por ésto? ...también desearía hacerme con aquel hermoso incensario, creo que es de buen gusto y quedaría precioso -mientras, deslizó una tarjeta dorada encima de la mesa, no es que le gustara hacer uso de ese tipo de métodos de pago, pero su familia le había hecho saber que era lo normal fuera de Japón y, también, el modo más sencillo. Cogió su compra y se acercó a la joven sin muchas prisas-  Siento interrumpirla de nuevo pero... ésto es para usted -en una amable y amistosa sonrisa- Creo que tenía su nombre escrito en él, aunque si no lo desea… puede regalárselo a otra persona, verá... -inclinó la cabeza entornando los ojos en una elegante sonrisa- ...no aceptaré un no por respuesta ni tampoco me debe nada -ya que no es que esperara nada a cambio del gesto, realmente le encantaba hacer feliz a la gente, suficiente miseria ha visto ya ante sus ojos a lo largo y tendido de sus años como para quedarse quieto, además, quizá así limpiaba un poco de paso su podrido karma, aunque no fuera ese su objetivo pero si de paso lo hacía... no iría a quejarse.