En sombras y silencios (Elliot Vane)

Esa noche Ayato permanecía recostado en el tronco de un árbol, oculto bajo su frondosidad y con el pie izquierdo pendiendo en la altura. Se encontraba poseído por una tranquilidad inusitada, no había sido un período fácil ni mucho menos ameno por lo que deseaba descansar un momento, aún si su garganta escocía pidiéndole alimento.

Los acontecimientos pasados le llevaron a confirmar que no sabía manejar su alimentación, beber grandes cantidades de sangre le suponía cierta humanización y acababa rechazando el líquido. Pero ¿por qué cuando estaba con los Alvatore esto no era así? ¿Qué hacían ellos que sus víctimas conseguían colmar su sed sin efectos secundarios? Aquél maldito síntoma le alejaba completamente del vampiro genuino en el que tanto anhelaba convertirse...pero no sabía cómo revertirlo.

- Ayato...¡Ayato!

La voz de esa mujer volvía a hacer eco en su cabeza. Arrugó el ceño, odiando recordar que por haber sido engendrado en ese cuerpo no pertenecía a ninguna parte. Ni humano, ni vampiro. Esa era su suerte, su destino pertenecía a dos mundos en constante pugna.

Soy el depredador y al mismo tiempo la presa.

- ¡¿Quién está ahí?! - Bramó en seco interrumpiendo el silencio nocturno. Sus nervios se crisparon al percatarse de la presencia de un ajeno, incorporándose y volviendo su cuerpo a ver el lugar donde suponía lo encontraría.

Gesto de referencia:

Un mal presentimiento le embargaba, la noche ya no se respiraba mansa como hace unos momentos. A pesar de su origen Ayato no era especialmente un sujeto perceptivo o con buena intuición, por lo que si percibía mala energía enturbiando el ambiente era porque ésta resultaba evidente incluso para un ser humano algo observador.

De pie sobre la gruesa rama donde se encontraba le observó expectante. Era un hombre, reconocía sus alas y el ardor en su mirada carmín.

No se sentía así desde su encuentro con Demian, el purasangre que le detuvo de alimentarse en la escuela. Fue algo francamente chocante que aún hoy en día le hacía replantearse su modo de llevar la vida de dhampiro, pero que de igual forma le sirvió para percatarse de que no todos los habitantes de Glass City eran humanos. Desde entonces que se encontraba en guardia, aunque eso no le volvía más temeroso ni más agradable.

- ¿Vas a contestarme? - Soltó en un bramido, aguardando distancias desde la altura del árbol, no tardó en agregar a su pregunta: - ¿qué y quién eres? - Mantenía los puños apretados y los sentidos alerta, ni de joda se acercaría sin saber a qué se estaba enfrentando.

Extendió las alas ante la insistente pregunta y se alzó en el aire, volando y quedándose a la altura del otro, mirándole fijamente a los ojos a inspeccionando. Aspiró profundamente mientras se acercaba y se dejó caer sobre la rama, sentado a solo medio metro de él, encogiendo sus alas. Por suerte, aquel árbol era bastante antiguo como para soportar dos cuerpos en una rama.

-¿Qué no es obvio?... simplemente un ángel.- añadió con un tónico algo sarcástico, sus ojos ahora fijos en su pecho, como si pudiese mirar directamente en su alma. Se aproximó con lentitud y apoyó una mano en su pecho sin cuidado alguno, las afiladas garras arañando sobre la tela de su ropa. Aspiró profundamente, había vivido lo suficiente como para poder reconocer las esencias de aquellas criaturas que distaban de ser humanas, y algunas otras variedades.

Su mano se alzó para posarse sobre el cuello ajeno y presionar aquellas garras sobre la delicada piel, si es que no era apartado, aunque no pondría demasiada resistencia... el juego estaba recién comenzando.

-¿Qué eres? ... apestas a muerto... pero puedo escuchar tu corazón latir. Hmn... un híbrido...-

- ¡¿Ángel?! - Ayato se volvió abruptamente al percibir al malnacido tan próximo, viéndole con incredulidad y suma molestia.

Por más que lo observara, por más que hubiera atestiguado la presencia de sus alas ese sujeto NO podía ser un ángel...¿no eran estas criaturas pacifistas llenas de gracia? El dhampiro ya había tenido un encuentro con un ángel antes y su presencia era totalmente diferente a la de él. Es más, hasta podía creer que había cierta similitud entre el fulgor de su mirada y el color que tomaba la suya propia al estar muy hambriento.

Dibujó una mueca de desagrado en su rostro al notar cómo el contrario osaba en tocarlo pero apenas consiguió aproximar sus filosas garras al cuello de Ayato éste le sujetó la muñeca y le apartó con brusquedad, mostrándose insolente e iracundo como era habitual.

- ¡¡No me toques, miserable!! - Gritó enseñándole el filo de sus colmillos, dando unos pasos hacia adelante sin soltarle el brazo. Resultaba intimidante debido a que estaba perdiendo el control de sí mismo, provocarlo era bastante fácil. - ¡No tienes idea de con quién te estás metiendo! ¡Soy un vampiro! - Mintió con el orgullo claramente herido.

Podía detener su corazón si así se lo proponía pero lamentaba no haberlo hecho a tiempo. Dejando eso de lado no había forma de que supiese reconocer su parte humana...¿o si?

- ¿Un vampiro? ...- miró nuevamente su pecho, con los ojos entrecerrados. -Claro que no... ambos estamos mintiendo, aunque tú... - sonrió mostrando sus propios colmillos, y se mordió el labio inferior hasta que una gota de sangre abandonó su gota y se deslizó por su mentón.

-Dices más de lo que podría ser.- no retrocedió ante la obvia intención de intimidarle, sus ojos se desviaron a la mano que sujetaba su muñeca.

-Adorable, jugueteando de esa forma... - murmuró a medida que su propia voz cambiaba a un tono más oscuro y la mano que permanecía libre, su siniestra, se alzó en el aire en un indistinguible movimiento antes de asestar contra su pecho con sus garras, con plena intención de romper la tela de su camisa y penetrar más allá, aunque aún tanteaba terreno, simplemente conteniendo su fuerza.

"Mátalo..." susurraba aquella voz en su mente, mientras que la propia conciencia respondía "No... ¿Y arruinar la diversión de la caza y la observación?"

Emitió un jadeo en respuesta a sus propios pensamientos y miró a aquel muchacho a los ojos, aguardando su próximo movimiento.

¿Juguetear? El dhampiro apretó sus puños, indignado por escuchar tales palabras del desconocido. Pero antes de que pudiera realizar cualquier movimiento el sujeto buscó su pecho con suficiente insistencia como para acceder a su piel, haciéndole percibir el propio latido de su corazón bombeando con mucha fuerza en su interior.

- ¡¡UGH!! - Se quejó ante el dolor que empezaba a experimentar, no sólo por el filo de las garras ajenas sino también por la reacción de su corazón no-muerto. El latido del mismo golpeaba insistentemente su pecho de un modo sumamente doloroso, consiguiendo petrificar sus músculos. - Mi-mierda...hijo de... - masculló con la mandíbula apretada en lo que intentaba apartarse, percibiendo cómo su boca comenzaba a llenarse de sangre la cual se liberó en finos hilos de sangre desde las comisuras de sus labios.

No entendía qué le ocurría, sin importar cuántas veces peleara ni cuántos contrincantes tuviera aquella no era una reacción normal. Al cabo de un rato su mirada antes esmeralda se encendió en un llamativo carmesí.

Referencia:

- Voy a...matarte... - resolvió furioso, aguzando sus garras para luego clavarlas en la muñeca ajena. Se sirvió de su mano libre para tomar el brazo del contrario, el que mantenía contacto con su pecho, forcejeando con él para apartarle de sí sin obtener mayor resultado debido a la fuerza del supuesto ángel.

- ¿Es que no lo entiendes? Yo soy la muerte...después de todo.- rió para sus adentros, mirando aquel encantador cambio en sus irises. Permitió que las garras de Ayato penetraran en la piel de su muñeca, su sangre, espesa y oscura... casi negra, se deslizó con lentitud y la herida prontamente se cerró.

Sus propias garras horadaron más en el pecho del contrario, cerró sus ojos, tomando de los trozos de su camisa para empujarle hacia el costado de la amplia rama, presionando con el peso de su cuerpo para que ambos cuerpos cayeran al suelo.

Cayendo sobre él, si es que el dhampiro no le esquivaba, se acercó peligrosamente a su rostro. Aquellos largos dedos comenzaron a penetrar en su piel, abriéndose paso por su carne.

-Puedo sentirlo... aquel aroma a muerte en ti, pero a la vez un curioso instinto humano, realmente eres fascinante- Sus irises se dilataron y rió brevemente, sonriendo.

La mano sujetada por Ayato se apartó con violencia y se apoyó firmemente en la mejilla del pelirrojo, intentando exponer su pálido cuello.

-Debería matarte ahora mismo...-

- Deja de hablar estupideces - le respondió con solo escuchar su primera declaración, ¿por quién le tomaba ese imbécil? El desagradable hedor de esa sangre oscura le paralizó pero grande fue su sorpresa al notar que la herida que le hizo en la muñeca se cerró de inmediato. - ¡¿Cómo...?! ¡¡ARGH!! - fue lo único que dijo antes de percibir cómo las garras ajenas se impregnaban más en su interior, segundos antes de caer del árbol junto a él.

Tras la caída se estrellaron duramente contra el césped, el árbol era bastante alto así que a Ayato le costó al menos unos diez segundos volver a reaccionar. Sentía todo el cuerpo adolorido, tenía pequeños calambres que evidenciaban sus vestigios humanos y su mirada empezaba a nublarse.

- Apárta...te... - masculló débil al notar al contrario tan cerca de sí. Volteó el rostro, asqueado por su contacto, y se sirvió de la poca fuerza que le quedaba para empujarlo agresivamente con el antebrazo diestro. Consiguió agrandar la distancia entre ambos pero no pudo separarse por completo de él pues sus garras seguían adheridas a la carne propia, es más, aquél movimiento le había resultado bastante perjudicial. - ¡Ugh...ugh...! - Comenzó a quejarse en el momento que tanto su boca como su nariz y sus ojos empezaron a liberar delgados hilos de sangre.

Apretó la mandíbula, sintiéndose cada vez más ido y sin poder reconocer qué le estaba pasando a su cuerpo...

Percibir el sabor y el hedor de su propia sangre lo paralizó, le estaba ocurriendo lo mismo que en la riña callejera que tuvo con ese ebrio malnacido del tatuaje: tenía miedo. Admitirlo consigo mismo no estaba dentro de las posibilidades de alguien como Ayato pero esta sensación refulgía en su interior y le pedía apartar cuanto antes a la criatura que ahora iba y le llamaba 'patético' en un susurro, pisoteando su orgullo con un comentario tan simple como real.

No entendía las intenciones del sujeto, si quería matarle esta era la oportunidad perfecta para hacerlo pero sólo parecía jugar con él. Asediado por esta idea el dhampiro intentó apartarle con ambas manos, alcanzando el pecho contrario para golpearlo y arañarlo con sus garras mortales, esperando al menos sacarle un pedazo de carne con ese ingenuo intento de escape.

Los colmillos ajenos brillaron a la luz de la luna, no correspondían a la dentadura de un vampiro pero sí se le asemejaba bastante...o al menos eso pudo reconocer mientras intentaba zafarse del supuesto ángel. La desesperación aumentó a medida que la distancia entre ambos disminuía, entendía lo que quería hacer...eso que él mismo había hecho un sinnúmero de veces intentando colmar su hambre insaciable, respondiendo a sus instintos de cazador condenado, de alguien que no pertenecía a nada.

Puso el antebrazo entre ambos, flectó sus rodillas para apartarle de una patada pero nada sirvió, su cuello hasta el momento impoluto recibió la dolorosa mordida.

- Ah...ah...¡¡ngh!! - después de un breve jadeo apretó la mandíbula sangrante y contuvo en su garganta un ronco alarido.

Cerró los ojos como por reflejo, manteniendo las pupilas en su interior sumamente dilatadas por la impresión...dejándose llevar por las imágenes que llegaban a él, ¿ésta era realmente su hora? ¿De qué valían entonces tantos años soportando el maltrato de los verdaderos vampiros, aquellos que deseaban su destrucción? ¿De qué valía la supuesta inmortalidad que consumió la vida de su madre? ¿No resultaba aquél vampirismo real un don que nunca le sería concedido?

Apenas la mordida fue deshecha su corazón bombeó un fuerte latido, tan audible que hizo temblar sus sentidos. Cada ápice de su cuerpo fue preso de una apremiante sensación de debilidad: sus colmillos se recogieron hasta convertir una dentadura normal, su piel antes pálida se evidenció roja y sofocada, sus pupilas antes encendidas en carmín se apagaron.

Pero del mismo modo que su inmortalidad se desvanecía su corazón comenzaba a golpearle el pecho con frenesí, la respiración se le ahogaba en la garganta como si todo ese tiempo hubiese estado bajo el agua. Respiraba, vivía.

Esta sensación tan apremiante lo llevó a incorporarse de golpe, casi ignorando la presencia del contrario. Una vez de pie Ayato acercó sus manos hasta el frente de sí mismo y las estudió en silencio, sin abandonar esa expresión de estupefacción. La herida en su pecho se había desvanecido, la única sensación que conservaba era el ardor provocado por las dos pequeñas heridas en su cuello...pero ¿qué era esta pequeñez en comparación a lo que su cuerpo percibía con tanta vulnerabilidad?

- ¿Qué me hiciste? - Preguntó al albino con voz grave, sin siquiera volverse a mirarlo.

No acababa de procesar lo ocurrido cuando el supuesto ángel volvía a disminuir distancias con él, acercándose por detrás y dejando escapar su voz como un silbido, como un ente ajeno a la realidad que le golpeaba en esos momentos. Sosteniendo sus hombros le susurró una advertencia y cerró la herida en su cuello con una simple lamida, Ayato buscó librarse pero con la fuerza actual le era simplemente imposible, aún sabiendo que lo que intentaba hacer le salvaría la vida.

Pero él era un dhampiro...el otro también lo sabía. Quizás no era un ser completo pero contaba con la inmortalidad... ¿Entonces, por qué? El contrario acababa de soltarle cuando la consternación comenzó a hacer estragos en su interior otra vez.

- ¿Morir desangrado? ¡Já! ¡No me hagas re-...! - Empezó diciendo a medida que volvía el cuerpo hacia él...momento en el que su consciencia se desvaneció y cayó de bruces al césped.

Un desmayo, una reacción tan humana como anormal en él. Del mismo modo que la debilidad nublaba sus pensamientos estos ahora eran colmados de recuerdos, de voces, de sueños.

- Ayato... - No, esa voz otra vez. - Ayato... Ayato... Ayato... - Cállate, qué molesta eres. Déjame descansar. - No mueras, Ayato.