(R) White Birds

Tal vez nunca, o quizás muy pocas veces había llevado a cabo una matanza como la de esa noche. Mi cacería no discriminó entre criaturas, me alimenté con ansias de cada ente que me sirviera para saciar ese malestar y esa sed que parecía consumirme por dentro. Lo sabía, era mi responsabilidad, no había bebido lo suficiente, había estado en letargo y había sido intrépido al enfrentarme de aquel modo con ese lobo y no había sopesado el costo de todo ello para mi cuerpo. Ahora quienes pegaban eran las criaturas de las afueras de la ciudad en la que se encontraba mi mansión. Traté de alejarme lo que más pude para no crear un escándalo dentro del mismo pueblo, pues a cada cuerpo le robé su sangre hasta el límite permitido, dejándolos al borde de la muerte.
Pasaron varias horas, luego de alimentarme tuve que cambiar mis ropas. Todas las tiendas estaban cerradas, por lo que tuve que utilizar más de un truco para llevarme conmigo todo lo necesario para volver a darle vida a mi querida mansión. Por supuesto tuve la deferencia de traer conmigo incluso algo de carne para el lobo, con el fin único de fastidiar su ogullo.

Era pasada la media noche cuando decidí regresar, vestía una camisa de seda de un blanco pulcro, sobre ella una chaquetilla roja con bordados dorados, por sobre ella una chaqueta larga hasta las rodillas de gamuza gris y al cuello un listón rojo, del mismo tono de mis ojos. Los pantalones iban a juego y los zapatos relucían por el charol. Me sentía vivo de nuevo. Mi rostro tenía una apariencia muy humana, hasta mi nariz tenía un leve tinte de rubor. Volví volando y aunque esperaba tal vez una confrontación, fui demasiado ingenuo y no creí que el lobo tendría algo más planeado esperando por mí.

Me alertó el cambio de la alfombra, por supuesto, era demasiado sospechoso y casi reí conmovido por ello, por la inocencia de una trampa tan obvia en la que por supuesto no pretendía caer, pero lo subestimé sin esperarme algo como las estacas que al comienzo pude evadir, pero estas venían de todas direcciones y yo traía demasiadas cosas conmigo. Tres de ellas me dieron, una por el costado izquierdo, otra en mi hombro derecho y una en mi pierna derecha, atravesando mi carne con facilidad. Las bolsas de papel que traía conmigo cayeron al piso y con ello todo el contenido de ellas. Y aunque las estacas no podían matarme, el dolor que me provocaban era genuino, aturdiéndome un momento en el centro de la sala.

Maldije en voz baja, no a él, sino a mí mismo por ser tan descuidado y a duras penas logré mantenerme en pie. La sangre comenzó a brotar exageradamente por la gran ingesta que había tenido.

“-Vaya, tienes una forma muy cálida de dar la bienvenida mi pequeño hombre lobo.-“ Dije con cierta sorna en la voz mientras mis ojos buscaban la figura del lobo, estaba seguro que había más que esa trampa, por lo que no me movería descuidadamente hasta ver donde se encontraba. Movilicé mi mano izquierda para sacar la primera estaca en mi hombro, pero no pude disimular la mueca de dolor al remover el pedazo de madera astillada de mi carne.