Feast Of Demoralization (Priv. Andrew)

Era una presentación como cualquier otra, en un bar como en los que ya había tocado antes. El espacio era decente, el público estaba bien y durante la noche habrían varios artistas presentándose. Era un trabajo pequeño, de esos que últimamente su manager parecía conseguirle con cierta pereza, de todas formas, fuese cual fuese su escenario, Eiji solía tomarse bastante enserio su trabajo y aunque no pretendía volverse una super estrella en aquella ciudad, siempre iba a intentar hacer su trabajo de la manera correcta, suponía que de alguna forma lo perseguía su formación asiática y tal vez era por esa razón que ver a otros haciendo su trabajo de forma mediocre le ponía de un evidente mal humor.

Lamentablemente esta vez el equipo que solía acompañarlo desde la productora había cambiado y eso estaba afectando notoriamente su desempeño. Al comienzo pensó que solo se trataba de un problema de ajuste de ecualización que los sonidistas resolverían en cosa de segundos, pero cuando su segunda canción sonó igual y no parecía haber cambio, el tuerto comenzó a frustrarse. Aunque intentara no demostrarlo mientras cantaba, la expresión de su rostro se endurecía y su entrecejo se marcaba cada vez más.

"Tsk, que fastidio." Sus pensamientos comenzaban a volverse densos y sus movimientos mucho más violentos, las miradas asesinas hacia el lateral del escenario no pudieron ser disimuladas y para cuando llegó a la última canción Eiji estaba simplemente cantando con rabia.

Ejemplo de su última canción y como está la calidad del sonido:

El show terminó antes de los 30 minutos y el chico no tuvo reparos en caminar tras bambalinas directamente hacia la encargada de sonido, una mujer un poco mayor que él que todo lo que hacía era mandar sin resolver nada, sin asumir sus errores y jugar un papel de víctima cuando el tuerto se la llevó de un brazo hasta un pasillo que llevaba al baño para encararla por su pésimo trabajo, lejos del resto del staff, donde no tuvo reparos en acorralarla y utilizar una actitud bastante amenazante.

-¿Acaso no estás escuchando? ¿Tienes los oídos tapados en mierda o qué? Se supone que eres profesional y sin embargo aquí estás haciendo el trabajo que hasta un aficionado podría hacer. Dime ¿Cómo mierda llegaste hasta aquí? Seguramente no fue por tu capacidad como sonidista...- dijo de forma despectiva e insinuante, con un aura que de pronto parecía hervir en ira.- Hah, claro, probablemente encontraste otras formas. Tsk... Por eso detesto a las mujeres, sobre todo las mayores como tú. -detuvo su vociferación únicamente cuando una mano se posó sobre su hombro.

Precisamente ese día de verano en la ciudad de la música no pintaba especialmente bien para Andrew. El fastidio amaneció con él; desde el abrir de sus ojos con un sutil dolor de migraña que no se detenía a pesar de los medicamentos que solía tomar para controlar las olas de ansiedad que atacan su mente y su cuerpo con más constancia que otras temporadas del año. La abstinencia de nicotina le estaba carcomiendo poco a poco, llegando a peligrosos límites que el azabache sentía que estaba perdiendo la batalla. El recorrido del sol en el cielo, el paso de las horas y de los minutos dentro de su trabajo en el edificio donde pasaba la mayor parte de su tiempo, pasó notoriamente con lentitud. La torpeza también le acompañaba ese día y sobre todo la falta de paciencia que generaba un aura pesada alrededor de su presencia.

“Una vez más” Pensó en sus adentros, apretando entre sus manos las baquetas de madera sólida, húmedas y manchadas ligeramente de sangre en la empuñadura. Sus ágiles movimientos no eran suficientes para cumplir con sus propias expectativas, el sonido no le convencía, sus golpes en los toms eran muy suaves, en general nada sus expectativas para ese día estaban teniendo resultado. Se detuvo cuando su baqueta derecha cayó de su mano, interrumpiendo así la grabación que había estado en proceso por más de 2 horas, demasiado tiempo para demasiados errores. Andrew golpeó con frustración uno de los platos de la batería, y se llevó las manos a la cabeza apretando ligeramente y deseando que el dolor en su frente cediera un poco para concentrarse. El sudor empapaba su cabello, y bajó entre sus dedos hasta llegar al piso, mezclado con un tono rojizo de las heridas abiertas en sus manos.

— “Suficiente Walker, es todo por hoy” — Habló el sonidista que estaba a cargo de las grabaciones ese día en especial.

Las luces neón de los letreros de las calles de la ciudad, se reflejaban entre el pavimento mojado bajo sus zapatos deportivos. Después de haber salido del edificio de Merveilles Records, no se sintió listo para regresar a casa; ahí donde su día problemático había comenzando. Andrew respiró profundamente, buscando calmar la frustración que comenzaba a hacerse nudo en el pecho, y que subía a su garganta. Existían muchos temas que lo afligía, muchos que hasta el momento había evadido y no tenía intenciones de enfrentarlos; sobre todo uno muy reciente, en cual se había visto envuelto ante una declaración sentimental no esperada por parte de un chico que formaba parte del sello. Andrew simplemente huyó.

Su divagar duró unos momentos, hasta que sus oídos fueron atraídos por el extraño sonido de una melodía, no de una muy buena calidad. El azabache giró su rostro, divisando entre los cristales la figura masculina que se presentaba en el escenario. Su curiosidad se encendió y no evitó entrar al bar aunque no fuera de su preferencia el acudir a ese tipo de lugares, pues él y el alcohol no encontraban el balance adecuado para coexistir mutuamente. Encontró un lugar en la barra, que no daba directamente al escenario pero que podía escuchar claramente y sufrir lo que se estaba presentando en el escenario; para cualquiera que no supiera de sonido la canción del artista estaba bien, pero para un experto había un mundo de diferencia.

— Huh, y pensé que yo estaba teniendo un mal día —  Comentó el azabache, presenciando como una botella de tonos marrones y con una ligera escarcha de hielo que se derretía y mezclaba con la madera de la barra, llegó hasta su lugar sin pedirlo “Cerveza”. Andrew miró la botella y apretó los labios ¿Debería?.

Uno de los miembros del staff se acercó a él cuando estaba enfrentando a la mujer que ahora lo miraba asustada. La mano en su hombro fue una forma sutil de recordarle dónde se encontraba y que lamentablemente no podía montar un espectáculo por un error como ese, porque a los ojos del resto era solo "un detalle", pero para Eiji no. Molesto apartó la mano del sujeto y le dedicó una última mirada fulminante a la mujer.

-Espero no tener que trabajar contigo nunca más. -dicho eso el joven asiático simplemente se resignó a dejarle un mensaje a su manager para que desapareciera a esa mujer al menos de su vista, era la única condición que le había pedido a Skýlos, nada de ineptos. Pero eso no era suficiente para calmar su ira, necesitaba una ronda de las buenas con su vecino o al menos con alguien que fuera como él, o bien, emborracharse y tener una sesión privada una vez llegara a casa. Lo que sucediera primero.

La frustración que emanaba de su expresión mantuvo lejos a todo aquel que si quiera hubiese tenido el pensamiento de acercarse a entablar una conversación con el tuerto. Tomó asiento en la barra y pidió un shot de Devil's spring. Normalmente lo servían diluido en soda o tónica por su alto grado alcohólico, pero Eiji se lo quitó al barman antes de que pudiera hacerlo. No quería disfrutar el trago, quería simplemente distraer su mente de la frustración creciente.

La boquilla de la botella se veía rodeada por los labios de Andrew, el llamado de la cerveza que había llegado sin pedir a sus manos había sido más fuerte que su propia fuerza de voluntad exasperada por el dolor de cabeza que no había desaparecido ni un poco desde el comienzo de su día, y que sólo parecía empeorar. Pasó a grandes tragos el líquido frío y fermentado en alcohol por su garganta, y soltó un suspiro cerrando los ojos; el amargo sabor de la bebida inundó su boca, generando un notorio desagrado para las papilas de Andrew que no dudó en apartar la bebida esperando no verla nunca más.

“No es posible que a las personas les guste esta mierda” Pensó a sus adentros, cubriendo con una mano su boca, que hormigueaba por la gaseosa sensación.

Poco tiempo pasó para que Andrew notara al llamativo chico de vendajes en el rostro; al parecer el sentarse en la barra era un cliché para aquellos desdichados incomprendidos. Miró toda la escena, donde el ajeno arrebató la bebida de las manos del barman y como el alcohol desaparecía del vaso sin dejar una gota; se le revolvió el estómago de tan sólo verlo. En cambio, la sutil risa que se desprendió de sus labios dejó un silencio incómodo en la barra; le había parecido de cierta manera cómico como el contrario hundía sus penas tan fácilmente en alcohol, y él no era capaz de tomar una cerveza completa sin sentirse más ligero. Cuando el barman se acercó nuevamente a ofrecerle un nuevo trago, Andrew negó con la cabeza suspirando.

— Dáselo a él, la está pasando peor que yo después de esa última canción — Dijo el azabache sin pena a ser escuchado; se refirió a Eiji y a la presentación que acababa de tener en el escenario; que para Andrew había sido, en pocas palabras, pésima. El barman confundido, no tuvo más remedio que llenar el vaso vacío de Eiji, del mismo Vodka.

El líquido pasó directo a su estómago, dejando una sensación ardiente en el trayecto por su garganta, casi dolorosa, lo que al menos le sacó una sonrisa placentera por un breve instante, pues fue interrumpido por la risa que no pasó desapercibida ni para él, y quizás para nadie en la barra.

Eiji era bueno ignorando a la gente, sobre todo aquellos que no le significaban ningún interés y así hubiese sido de no ser por el comentario simple, directo y perspicaz que hizo el tipo de cabello negro que estaba sentado a su izquierda.

-Hah? -la mirada de Eiji recorrió al sujeto de pies a cabeza, mostrando el desagrado sin filtro en su rostro. No era que le molestara el comentario en sí, pues no era una mentira, pero justo en ese momento no tenía tolerancia o, más bien, su frustración estaba a flor de piel. - ¿Qué te hace pensar que necesito...? -se pausó, pensándolo mejor esta era la excusa perfecta para conseguir una situación que le permitiera liberar algo de estrés..

Su expresión se tornó ligeramente maliciosa, su cuerpo se giró un poco a la izquierda y se apoyó con un codo sobre la barra, en el mismo brazo posó su rostro y con burla tomó el vaso recién servido y se lo dejó en frente al sujeto. - Va, si querías invitarme un trago, el comentario estaba de sobra, pero ya que estamos, ¿por qué no tienes los cojones para acompañarme a beber o la valentía es solo de tu boca hacia afuera? -murmuró siendo el fastidioso chico de 19 años que siempre era.

El silencio en el lugar terminó después de que otro cantante tomara el escenario. No era uno de los bares más grandes o turísticos de la zona; pero aquella noche todas las mesas estaban ocupadas por grandes o pequeños grupos de personas que disfrutaban de un trago o una cerveza, entre pláticas y risas sobre temas casuales o de trabajo. El buen ambiente predominaba a pesar de la nube gris que crecía poco a poco sobre la cabeza de Andrew, cuyo temperamento solo pendía de un fino hilo que amenazaba con romperse en cualquier momento. La barra estaba concurrida, la mayoría por sujetos que venían solos por algún motivo u otro y que en sus rostros compartían la cara de pocos amigos, misma expresión con la que el azabache giró su rostro para encontrarse con la mirada de un joven molesto y con vendajes sobre uno de sus ojos. El desagrado era mutuo, y el ocultarlo con amabilidad esa noche no era una opción.

— … — El pequeño vaso que regresó a él desprendía un olor desagradable para Andrew; el fuerte alcohol le quemaba la nariz, y su olfato pudo notar un ligero tono de ese alcohol en el aliento del contrario. La razón le gritaba al oído: no era buena idea inmiscuirse en una conversación con aquel sujeto. — Para mi buena suerte, tengo mejores gustos para elegir a quien invitarle un trago — Hizo una pequeña pausa y exhaló una burla que nuevamente no pasó desapercibida. — Y en músicos también —

Sujetó el vaso y lo deslizó con una sola mano sobre la madera de la barra, regresando el trago al joven que con su palabrería solo empeoró el dolor de cabeza que en ese momento le aquejaba. A simple vista no parecía muy mayor, y la forma de expresarse indicó que se trataba de un gran saco de problemas que en ese momento no necesitaba. Andrew dejó de ver al sujeto desconocido, y enfocó su vista en una de sus manos que continuaba envuelta en una ligera capa de vendajes que ocultaban las heridas que quemaban. Aplausos se hicieron presentes cuando el cantante terminó su canción, y en seguida comenzó con una nueva, agradando al ambiente del lugar.

—¿Por qué no te vas a causar lástima a alguien más?— Invitó al joven a largarse de su lado, y acto seguido tomó la cerveza que anteriormente estaba bebiendo y le dio un segundo trago, envolviendo nuevamente a su lengua en el amargo sabor. — Aquí no conseguirás nada—

Eiji apretó los dientes, con el orgullo ligeramente herido por el menosprecio que como músico había recibido. Para esa altura ya nadie en la barra les prestaba atención, más allá del cantinero que parecía un poco divertido por la situación, pero continuaba haciendo su trabajo, sin inmiscuirse ni opinar nada.

La frustración seguía creciendo en su interior como una molestia incómoda, opresiva. No era dolor, era algo diferente y no sabía como deshacerse de ello pues el alcohol no parecía ser suficiente. Entonces como era su costumbre, se tragó de golpe todas esas emociones y las modificó para encontrar una respuesta, una salida que podía no ser victoriosa, pero sí conseguiría al menos lo que quería y lo que mejor sabía hacer.

Provocar.

-ああ、そう (ā, sō, “ya veo”) - su mano tomó el vaso con el vodka y lo llevó a sus labios, fingiendo indiferencia, pero no era tan estúpido como para beber nuevamente un shot de un vodka de 80 grados, así que reteniendo el líquido en su boca, tomó rápida y bruscamente al otro del cabello para forzar un beso fugaz y entregarle en él todo el contenido del licor, obligándolo a beber.

-Heh, deberías entretener esa lengua filosa con algo más que malos intentos de ofensas. -Eiji le dedicó una mueca de burla con la lengua afuera y puso sobre la mesa de la barra el dinero para pagar por los dos tragos. No era estúpido y sabía que lo mínimo que podría recibir de vuelta por su acción sería un sujeto embravecido dispuesto o no a golpearlo. - Yo ya conseguí algo, gracias~

El constante hormigueo de la estela de la cerveza arrasaba su garganta y la punta de su lengua; pero terminó la bebida fría justo después de las últimas palabras que pensaba le dedicaría al molesto joven, que lamentablemente esa noche había decidido tomar asiento a su lado. Andrew se vio ligeramente más tranquilo cuando no escuchó nada llena saliendo de la boca del más joven;hasta que las palabras en japonés llamaron su atención, pero lo único que quería era abandonar el lugar lo más pronto posible antes que seguir el conflicto. Le entendió perfectamente; más, la piedra ya había sido lanzada y lo que pudo haber sido una posible agradable conversación se tornó posiblemente en una de las peores noches desde su regreso a la ciudad, sería difícil de olvidar.

Las hebras de cabello al ser tiradas con fuerza dolieron de manera punzante. Su vista pronto se fijó en una silueta que con rapidez se acercó a su rostro y antes siquiera que pudiera reaccionar ante la agresiva acción, su boca se vio humedecida por un líquido que le raspó el paladar e inundó con un fuerte aroma su nariz sin dejarle respirar, obligando a su garganta a beber. Todo fue muy rápido. Cuando fue libre, una tos le cerraba la garganta ¿Acaso eso que había bebido de la manera más asquerosa posible había sido vodka? Se le revolvió el estómago con grandes ganas de devolver todo; pero más grandes que las nauseas que le aquejaron, fue una ira que nació desde lo más profundo de su ser.

El hilo se rompió.

Su mente se nubló, sintió la sangre hervir y correr por sus venas, el corazón le comenzó a palpitar rápidamente, y un calor abrazador asfixió todo su cuerpo. Los ojos de Andrew miraron con ferocidad al joven; nunca en su vida había sentido tanto oído por algo o por alguien, hasta ese momento en el que no pudo controlar su cuerpo, y fue puro instinto. Con un movimiento rápido, se alzó del banquillo en el que había estado sentado, y con tan solo una mano rodeó el cuello del japonés; le alzó del piso y azotó al joven sobre la barra de madera, sin soltarte. El movimiento causó tal fuerza que todos los vasos, botellas y pintas sobre la barra cayeran, creando un gran desastre y conmoción que silenció el lugar.

— ¡Te vas a arrepentir de lo que acabas de hacer! — Alzó la voz y con ésta su puño. Andrew quería hacerle daño; deseaba tanto molerlo a golpes hasta que de su rostro no quedara nada, y el alcohol que corría por sus venas no lo detuvo. Y dejó caer su mano. Los nudillos chocaron contra un duro pómulo que abrió una herida en la piel de sus dedos. Andrew miraba directamente el rostro de Eiji; el golpe no había bastado para apagar la ira que ardía. Y justo cuando se dispuso a dar el segundo golpe, fue sujetado y apartado de encima de Eiji. La fuerza de otros dos sujetos fue suficiente para someterlo. Todo se había salido de control.

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El cantinero fue precavido y antes de cualquier cosa retiró de la mesa tanto el dinero como el vaso de la discordia. Eiji sintió un escalofrío placentero recorrer su columna cuando aquella mirada feroz se posó sobre él. Fue la anticipación de lo que venía, la antesala de un réquiem que conocía bien. La presión sobre su cuello, el dolor de la madera bajo su espalda, los trozos de vidrio quebrado a su alrededor, nada de eso era nuevo para él sin embargo podía decir que quizás sí era un tanto más novedoso para el otro. Había algo torpe y reprimido en aquella violencia que de primera parecía un desbordante mar de ira desmedida.

No era más que el comienzo, Eiji lo sabía, lo podía oler como un animal.

Una risita triunfante alcanzó a escapar de su boca antes del feroz impacto en su rostro, como si el japonés hubiese procurado tomar una bocanada de aire justo antes, solo para reír complacido con la vista caótica frente a él.

Castigo.

Quizás premio. ¿Quién sabe? Todo dependía de la forma en que se viera, y el turbio prisma por el que el tuerto veía el mundo hizo que aquel golpe brutal y seco, se sintiera más placentero que el vodka que había ingerido su cuerpo. El dolor, el aturdimiento, el hormigueo posterior y el ferroso sabor en su boca, así como el cambio que tendría su mejilla en los próximos días, todo aquello era mucho más duradero que una simple borrachera.

Sonrió.

Anhelante por un segundo golpe, dispuesto a poner la otra mejilla, sin embargo, fueron interrumpidos por salvadores indeseados y solo entonces Eiji recordó estar tendido sobre la barra del bar en el que acababa de cantar.

-しまった... (Shimatta, "Maldición/Mierda") -maldijo en un susurro bajo, mientras se limpiaba la comisura del labio que sin querer había mordido producto del golpe y que ahora sangraba levemente. Lamió el rastro de su propia sangre y se levantó lentamente, con un aire sereno, aunque su mirada encendida y la sonrisa desequilibrada demostraba que aquel golpe no había sido suficiente, al parecer, para ninguno de los dos.

Pero no quería interrupciones.

-Está bien, fue mi error. -dijo en voz alta para calmar a los que lo rodeaban, pero sin quitar la mirada carmín vibrante del chico.- Deberíamos retirarnos, no es mi intención arruinar la noche de los presentes. -sonaba extremadamente educado y convincente, pero estaba apostando por la perspicacia de su enemigo. -Creo que podemos resolver esto como adultos. -arregló su camisa roja y sin más caminó hacia la salida, rechazando toda ayuda o compañía, mas volteando al pelinegro como una invitación, un desafío implícito, una burla más. Prometiendo un entorno sin interrupciones, un escenario oscuro para el lado más retorcido, reprimido y oculto en él.

¿Mordería el anzuelo? Esperaba que sí.

Spoiler:

El forcejeo contra las ataduras se intensificaba con cada movimiento. Los dedos de sus manos se apretaron con fuerza en puños que temblaban, llamando por impacto. Sangre brotó de las heridas, que quemaban como fuego, alimentando una respiración agitada en su pecho llena de sed que le hacía salivar como un animal enjaulado, impaciente y muerto de hambre; pronto, dos hombres no fueron suficientes y un tercero rodeó el cuello del azabache con un brazo que finalmente le dejó inmóvil. La llave le aturdió solo un poco; el aire era más escaso en sus pulmones, pero la ira inmaculada en sus ojos no perdió de vista a aquel que con una sonrisa llena de sangre se levantó.

El cuerpo entero de Andrew tembló al verle de pie; sus oídos, incapaces de percibir las palabras de Eiji se escuchaban como eco resonante en su cabeza. Ignorante de la situación; el bar permanecía en silencio, expectante de lo que estaba pasando, en una mezcla de confusión que mantenía a todos con la guardia en alto; los expectantes más atentos habían comenzado a grabar con sus dispositivos, enfocando a ambos protagonistas que presentaban un espectáculo digno de esparcirse de boca en boca entre los más curiosos, prometiendo que no solo los presentes serían testigos de los arrebatos y las provocaciones de esa noche.

— ¡N..nhg! — El brazo que le presionaba el cuello lo sujetaba demasiado fuerte. La llave en su garganta, junto a sus dos brazos inmovilizados, dejaban a Andrew incapaz de defenderse, atacar e incluso respirar; le faltaba el aire; pero en ningún momento la furia se desvaneció de la penetrante mirada que compartía con su contrincante. Podía sentir la mirada ajena; la forma en que le sonreía solo era una invitación que su cuerpo anhelaba aceptar. Quería hacer a alguien responsable de esa furia reprimida y desbordante que se derramaba a ríos turbios e incontrolables. Cuando el japonés se detuvo en la puerta del local, fue entonces que le exigieron calmarse al oído, o simplemente la situación empeoraría para él. La llave de su cuello fue desechada y sus brazos fueron liberados con lentitud; Andrew tiró impaciente con su cuerpo para quedar finalmente libre; y cuando el aire le volvió a la cabeza regresó ligeramente en sí. No miró a nadie más cuando se dirigió a la salida del bar e incluso pasó de largo junto a Eiji, cruzando sus ojos con el ajeno en una estocada amenazadora. El mensaje era claro: afuera de ese lugar nadie vendría a detenerle.

Con pasos firmes y veloces, salió del bar no sin antes azotar la puerta a sus espaldas, impidiendo que alguien le siguiera. El fresco aire de la noche le acarició el rostro y le provocó una sensación extraña en el cuerpo: se sintió más ligero, pero también más torpe, incapaz de controlar sus movimientos, el estómago le quemó y su equilibrio le falló un poco; su cabeza le daba tantas vueltas que le obligó a detener su andar y a apoyarse con su antebrazo en una de las paredes de un edificio que terminaba junto con la cuadra de ese barrio, dando comienzo a un callejón oscuro. La boca le sabía raro, y pasaba más saliva de lo normal; la tormenta en su pecho creció  y junto con ella el anhelante deseo de lastimar al responsable.

— Mierda…— Dijo en un exhalar inquietante. Ese alcohol, ese vodka en su sangre, había hecho efecto y su intolerancia se había hecho presente. Respiró hondo, controlando su asco y su equilibrio, sintiéndose indefenso. — Hijo de ... uff —

La mirada agresiva, casi asesina de aquel chico le parecía de lo más divertida. No recordaba haberse encontrado con alguien con tantos cojones como el pelinegro, aunque Eiji sabía reconocer que más que cojones, aquello era simplemente una gran ira retenida y mal manejada por quién sabe cuánto tiempo. Recordaba haber conocido a muchos tipos similares en su juventud. Era bastante común en el perfil de los Yakuzas. ¿Cuántas veces fue el saco de boxeo de ellos? ¿Cuántos golpes e insultos que no tenían nada que ver con él terminó recibiendo, aceptando y, en algún punto de su retorcido desarrollo, disfrutando?

Aquella noche prometía ser más un nostálgico espejo que una simple pelea de borrachos. Y en su solitario aburrimiento de aquella semana, eso le venía simplemente como anillo al dedo.

Un escalofrío subió por su espalda cuando su victima o victimario salió del bar, no sin antes darle una mirada que lejos de ser una amenaza, para Eiji era una invitación que con gusto aceptaría.

Algunas personas de la barra se acercaron para verificar si se encontraba bien. El tuerto a duras pena podía disimular su impulso por salir inmediatamente detrás de aquella amenazante promesa, como si fuera un desafío, una apuesta, un juego infantil. Así que solo rechazó la ayuda, asegurando que estaba bien y que mejor se iría a casa. Apenas tuvo la oportunidad se mezcló con el gentío y se escabulló tras bambalinas, saliendo por la salida del personal, caminando casualmente mientras encendía un cigarrillo hacia un callejón más apartado del recinto en el que se encontraba, solo para toparse al tipo de antes con evidente necesidad de vomitar.

El japonés dio una calada larga a su vicio y con una risilla entre dientes comentó.

-No pensé que serías tan débil con el alcohol. -luego exhaló su calada, avanzando voluntariamente hacia una situación impredecible, más profundo en el callejón.

El eco de los pasos tocando el pavimento, acercándose con calma hasta donde estaba, fue una de las señales que la vida le daba a Andrew y le decía que todo estaba, para su desafortunada noche, apenas comenzando. Las nauseas, consecuencia del alcohol que se revolvía en su estómago junto al cúmulo de emociones negativas y el solo recuerdo de cómo fue obligado a beber, solo causaban un estruendoso caos en la mente del músico. Junto a aquellos pasos, la voz, que ahora podría ser incluso protagonista de sus pesadillas, se hizo presente sobre el asfalto de la banqueta, y, como si no fuera poco, el tentador y adictivo olor a cigarrillo atacó las fosas de Andrew, tensando su cuerpo y haciéndole salivar, deseoso por volver a revivir esa adicción que tanto le había costado dejar atrás.

¿Podría ser cierto? ¿Habría venido por más? ¿Cuál era la retorcida manera de pensar de aquel hombre que seguía sonriendo incluso si un puño a golpe seco le hubiera reventado la boca? No tenía sentido. No lograba entender realmente cuál o por qué era tanta su insistencia en hacerle perder el control, cegarle con ira y llegar a los golpes y violencia. ¿Cuál era su objetivo? ¿Por qué ir tan lejos? Por un simple trago o quizá algo más profundo que iba más allá de lo que se pudiera percibir a plena vista. Fuese lo que fuese, estaba claro que ese joven japonés tenía la habilidad genuina para dejar salir el peor y más oscuro lado de Andrew.  Por puro orgullo olvidó las sensaciones de asco de su cuerpo, y se entregó al momento, en el que su mente estaba nublada por el ciego odio que le provoca el tan solo ver la silueta ajena, que quedaría marcada en sus recuerdos como un detonante. El oscuro callejón le llamaba, gritando su nombre y presentándole una oportunidad única de liberar todo lo contenido en su ser y usar a aquel joven que parecía gustoso en servirle de objeto para el derroche de su ira acumulada. Así sería. Siendo infiel a sus principios, a su educación, a todo lo que le enseñaron de joven, e ignorando las consecuencias que podrían traer sus acciones, aceptó.

Con su mano, y manteniéndose a espaldas de Eiji, le quitó el cigarrillo de entre los dedos, permitiendo así romper la promesa que se había hecho de no fumar nunca más. Caló el cigarro, aspiró el humo que llenó sus pulmones, y luego lo exhaló, sintiendo un alivio casi divino a todo aquello a lo que se resistía y negaba. Tiró la colilla del vicio al suelo y no perdió más tiempo. La fuerza con la que empujó a Eiji al interior del lugar fue tal que se aseguró de que el delgado cuerpo cayera al suelo. Y desde ahí, desde lo alto de su posición, le miró como con repudio, como si fuera la mayor basura que existiera en el mundo.

— Nadie me había hecho cabrear tanto como tú en esta ciudad de mierda. — Se inclinó, doblando sus rodillas, y siguiendo la ironía de la noche, sujetó a Eiji por el cabello fuerte, obligando que el menor le viera directamente a los ojos, donde un brillo de sadismo se acentuaba en sus castaños — 今回は誰も助けに来ないぞ、この野郎。(Kondo wa dare mo tasuke ni konaida rō, kono yarō. “Nadie vendrá a rescatarte esta vez, bastardo”)—

Sometió el cuerpo de Eiji contra el piso, empujando la cabeza del contrario contra el suelo, sin soltar de entre los dedos de su mano los finos cabellos; Andrew se aseguró de descargar toda esa ira en los golpes consecuentes que le dedicó al más joven. Esa noche liberaría a sus demonios.

El humo del cigarrillo hacía escocer su boca ahí donde la violencia de la barra le había abierto una que otra herida en las caras internas de su mejilla. Era un hormigueo que conocía bien y sí, le gustaba, aunque sabía perfectamente que tendría que llegar a desinfectarse bien la boca si no quería además terminar con una infección. Iba por una nueva calada cuando el vicio fue arrebatado de sus manos, robándole una sonrisa burlesca por ver al tipo que tanto asco le había tomado optando por compartir en sus labios un mismo objeto, lo que en su país se conocía como un beso indirecto. Sin embargo dejó ese detalle casi infantil de lado, no merecía la pena ser mencionado, aunque tal vez hubiese logrado sacarle un poco más de ira a aquella mano que lo empujó hacia la oscuridad y el frío del asfalto del callejón.

No emitió ruido ni queja, después de todo aquel escenario era solo para ellos dos hombres que frustrados por diferentes motivos, compartían química y repudio por igual. Eiji se fascinaba por lo que su instinto le permitía ver en la sombra del pelinegro que ahora lo miraba desde arriba con desprecio, pero a la vez detestaba que todo ese brillo sádico, toda esa necesidad de violencia estuviera oculta y cohibida bajo un manto de falsa moral.

"Hipócrita." Pensó el tuerto mientras en silencio le sonreía al ser tomado del pelo con tanta fuerza que por un momento pensó que perdería uno o dos mechones de su oscuro y violáceo cabello.

Pero la sorpresa fue genuina en su rostro cuando palabras en su idioma natal fueron pronunciadas a la perfección, incluso, con un timbre tal que en un segundo se sintió "como en casa".

-Me parece perfecto. -contestó con una mano tomando aquella que sujetaba su pelo, únicamente para poder alzarse y lograr solo un poco más de cercanía. -Parece que lo necesitas. -murmuró y en el instante siguiente un primer golpe volvió a azotar su rostro, cortando su discurso.

Por supuesto el tuerto no pretendía ser un muñeco de trapo ni tampoco una perra desesperada por su castigo. No, claro que no, ¿Qué diría su amo si hiciera algo como eso? El joven de apenas 19 años soltó una carcajada moderada, burlesca, que reflejaba lo mucho que creía haber ganado simplemente por haber logrado provocarlo hasta ese punto, aunque eso no sería todo.

Un segundo golpe se descargó en el mismo lugar que los dos anteriores y entonces comenzó a forcejear, manteniéndolo sumergido en su tarea, pendiente de intentar someterlo mientras la sangre comenzaba a brotar nuevamente de su boca. El sabor metálico le robó un suspiro y ladeó la cabeza para esquivar un golpe que siguió de largo hasta el asfalto, dándole un respiro para hablar.

-Deberías ver tu rostro en estos momentos. Pareciera que estás viendo porno. -comentó con soltura y descaro.- ¿Te excita por fin tener un momento para liberarte? -nuevamente un golpe lo silenció, pero esta vez Eiji devolvió un rodillazo justo por debajo de su ombligo, peligrosamente cerca de su ingle, sin llegar a lesionarlo en sus zonas sensibles.

A cada golpe que sus puños conectaban, una sensación adictiva crecía en sus más profundos anhelos, nublando la razón con una bruma oscura que borraba de la faz toda existencia de cordura y sagacidad que en algún momento de la noche había tenido; al contrario de lo que muchos creían, la furia no disminuía. Deseaba continuar. Quería borrar de la boca ensangrentada el gesto de disfrute y goce, del que poco entendía ¿Le estaba retando? Provocaba solo a aumentar la fuerza con la que descargaba todo aquello que perduró demasiado tiempo reprimido.

Incluso aquellas palabras, que tenían la finalidad de encender más la llamarada, le hicieron sonreír. Tenía razón. No lo pensó mucho hasta que el golpe en el vientre hizo tensar los músculos del abdomen entero, deteniéndose solo un instante en el que la sonrisa en su rostro sólo se hizo más grande.

— Je~ …— El juego, con el que había empezado el joven en la barra del bar, se había tornado innecesariamente en una lucha por el control, y a Andrew le gustaba tenerlo. El que se resistiera solo hacía todo más interesante para aquel que con fuerza sujetó al asiático por la tela rojiza de la camisa, a la altura del cuello, y le obligó a levantarse.

Le gustaba, aceptando aquellas palabras que sumergieron en sus pensamientos, sin miedo alguno de admitir la perturbante realidad.

El corazón le palpitaba, rápido, aumentando la adrenalina que corría y quemaba en sus venas. Sin temor a que la prenda cediera contra la fuerza, el azabache ubicó la pared más cercana dentro del callejón y le arrastró a ella; embistió el cuerpo de su oponente contra el ladrillo sólido y cubierto de suciedad acumulada por los años. Sin soltarle, la cercanía entre ambos rostros era la suficiente para ver la mirada desencajada del más alto, quien mantenía un aliento agitado, lleno de furia, que se expulsaba con rapidez de su boca. La mandíbula apretada mostraba los dientes en un reflejo de cólera. Nada mejoraba, no sentía que la calma fuese a venir pronto.

— Me das asco…— Casi escupió sus palabras en el rostro de Eiji. Y retomando la búsqueda del desahogue, la rodilla del azabache impactó contra el vientre contrario, regresando el golpe que anteriormente había recibido, o bien, enseñándole a cómo darlo.

Los impactos eran consecutivos, uno tras otro; al punto en el que si mirase sus propias manos, lograr distinguir si la sangre le pertenecía o no, sería una tarea casi imposible. Se apartó tan solo unos pasos, respirando y tratando de aplacar el ritmo al que bombeaba su corazón, y de manera inconsciente, dejando que aquel sujeto se reincorporara, negándose ante el hecho de quedar inconsciente tan rápido. No estaba satisfecho, ni en lo más mínimo.

Sus manos enteras temblaban, pero el dolor era fácil de ignorar. A ese punto, todo lo era.

Eiji no esperó ser liberado de la trampa que lo mantenía contra el suelo tan pronto. Ayudó en el traslado de su cuerpo, ayudándose al aferrarse al brazo que lo tomaba de la camisa, fantaseando un momento con la idea de que aquel sujeto rompiera la tela, pero aquel sueño efímero fue interrumpido por la estrepitosa sensación de ser azotado contra la pared de ladrillos. Agradeció haber tenido los reflejos suficientes para adelantar la cabeza hacia adelante antes del impacto, pero eso no restó dolor para su columna y la piel de su espalda. Esta vez un quejido se escapó de su boca, el tipo no estaba midiéndose en lo más mínimo.

-¿Asco? -las palabras atacaron inquisidoramente, ¿Acaso el hombre frente a él no se daba cuenta que el fuego en sus ojos no solo era ira y repulsión? ¿Acaso necesitaba realmente un espejo para admitir que asco era probablemente una palabra muy distante para el estímulo que ahora tensaba su cuerpo y le aceleraba el pulso? Iba a responderle, a burlase y hasta se tentó de lamerle los labios cuando de pronto el rodillazo en su abdomen lo dejó sin aire, tan aturdido que en un inicio apenas y pudo cubrirse a medias de la lluvia de golpes que le vino encima, no porque de pronto hubiese cambiado de parecer o no hubiese previsto las consecuencias de sus provocaciones, sino que no tenía ninguna intención de caer inconsciente, por lo que procuró ocupar sus brazos de forma estratégica para protegerse y apretar bien la mandíbula.

Cuando hubo un respiro no pudo evitar sentir que algo se le devolvía desde el estómago, obligándolo a escupir un poco de sangre hacia el costado antes de volver a enfrentar la mirada ajena con su único ojo.

-Te falta un poco de clase para este fetiche que acabas de descubrir. -murmuró después de limpiarse la boca con el borde de la manga de su camisa, tomando un respiro gracias a la distancia otorgada. - No solo es violencia lo que quieres, sino control, ¿no es así? -Eiji se llevó una mano a sus cabellos para peinarlos hacia atrás, fingiendo estar bien aunque en parte su cabeza seguía dando vueltas por los impactos.

-¿No está muy apretado tu pantalón? -se burló el menor dándole una mirada descarada a su entrepierna y antes de darle tiempo de reacción buscó dentro de su bolsillo su puzón, tomándolo entre sus manos, utilizándolo en su contra, alcanzando a cortarle la ropa sobre su hombro izquierdo, dejando un corte leve por donde pasó el arma. -¿Te ayudo con eso? -ahora el chico le sonreía un poco más descarado y enfermizo, apuntándolo con el arma.

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