Expandiendo los horizontes [Aria]

Ya me había acostumbrado a aquella tranquila rutina, sin duda alguna. Iba de lunes a viernes a trabajar, ocasionalmente también los sábados, y por las tardes, cuando el sol casi se ocultaba, salía a explorar un poco la ciudad para familiarizarme aún más con el ambiente en el que me desenvolvía. Ir de compras o visitar algún lugar turístico de interés, pero lo que más disfrutaba era pasar el tiempo leyendo en un rincón de algún café, teniendo por única compañía la de una humeante taza de tesina de sabor exótico. Sí, en definitiva no había nada mejor que eso para relajarse un rato después de un ajetreado día de trabajo.

Alcé mi mirada del libro que tenía en manos y contemplé a mi alrededor con interés mientras tomaba con la mano disponible la taza frente a mí y le daba un pequeño sorbo. Mango con maracuyá, una combinación que podía sonar extraña pero que daba un excelente resultado una vez en tu paladar, a opinión mía. Por unos segundos puse atención a la pantalla de bloqueo de mi celular, el cual se encontraba sobre la superficie de la mesa, cerca de la taza, y aproveché para verificar la hora tras revisar que el mensaje que me había llegado era, efectivamente, del trabajo. Por lo general atendía esos asuntos a la mayor brevedad posible, pero no me apetecía hoy. Ya había anochecido y aquella ya era mi tercera taza de esa infusión. Debería estar considerando el regresar ya al lujoso departamento que mis padres rentaban para mí desde que me había mudado a aquella ciudad, en persecusión de un prometido que no tenía interés en conocerme. Bueno, al menos algo teníamos en común, pues yo tampoco deseaba conocerle a él. Como tampoco deseaba en aquellos momentos regresar a un lugar en el que nadie me estaría esperando. Mejor así.

Estuve a punto de regresar a mi lectura y enfrascarme con la trama de misterio cuando, sin querer, con el codo empujé el separador que usaba y este fue a dar al suelo, a unos metros de donde yo me encontraba. Suspiré, cansada. Si me estiraba lo suficiente, no habría necesidad de levantarme de mi asiento, y por fortuna yo era alta y flexible, por lo que seguro lo conseguiría. Para no perder la página que leía, coloqué el índice en medio del libro antes de cerrarlo, al menos lo que el dedo dentro del él permitía cerrarle, y con los demás dedos libres de aquella mano me aferré a la mesa para no perder el equilibrio antes de agacharme y estirarme todo lo que la longitud de mi brazo permitía para alcanzar lo que deseaba. Tan sólo un poco más...

Cuando estuve a punto de tocar el separador, una zapatilla de mujer pisó mi ansiado premio, impidiendo así que pudiera recogerle. Por unos segundos me quedé quieta, analizando mis posibilidades.

—Disculpe, está parada sobre mi separador, ¿cree que podría...? —alcé la mirada mientras formulaba mi petición, encontrándome con unos ojos azules a lo alto.

Negué suavemente, dedicándole una ligera sonrisa a la chica de cabello rubio quien, nada más comprender la situación, retiró su pie para que pudiera recoger mi separador. Aunque ella fue más rápida que yo y lo tomó por mí. Lo acepté, asintiendo ligeramente.

—No te preocupes, en parte fue culpa mía por tirarlo tan descuidadamente. Así que no te preocupes —le mostré el separador para que contemplara ella misma que el separador se encontraba en perfectas condiciones. Lo bueno era que estaba plastificado.

Por unos momentos no supe de qué estaba hablando, siendo ahora mi turno de parpadear. Observé el contenido de mi té y luego sonreí de manera un poco más notoria, percatándome del ambiente amistoso que la chica lograba crear con su expresión radiante. Antes de responderle, me debatí por un par de segundos cuáles serían mis acciones ahora. Tenía la posibilidad de terminar aquel encuentro casual hasta allí, pero la joven preguntaba mi nombre, por lo que podía dar por sentada que deseaba conversar. La cuestió era, ¿yo lo deseaba? Por simple cortesía debía hacerlo, era ya un acto reflejo en mí, pero me descubrí a mí misma realmente deseando hablar con la joven.
Se veía que era mucho menor que yo, quizá incluso se trataba de una estudiante. Quizá no era lo común, pero no conocía a nadie en aquella ciudad salvo a mis compañeros de trabajo y ni siquiera con ellos había logrado entablar un diálogo más allá del ámbito laboral y cortés.
Sería bueno contar, quizá, con una conocida amistosa con la cual encontrarme en otra ocasión.

—Stella. Castellini Stella —terminé por responderle, cerrando los ojos por un segundo al tanto que ebozaba una nueva sonrisa. Volví a contemplarla con el mismo aire amistoso que ella me obsequiaba y le tendí la mano para después señalar la silla opuesta a mí, en una clara invitación para que tomara asiento—. Si es que no tienes prisa, puedes tomar asiento. Veo que no soy la única con gustos particulares en cuanto a tesinas se refiere —reí suavemente al tanto que colocaba el separador en la página en la que me había quedado de mi lectura y cerraba el libro con suavidad para depositarlo en la superficie de la mesa. Toda mi atención se centró ahora en la simpática joven frente a mí—. Yo ya te he dicho mi nombre, ¿podrías decirme ahora el tuyo?