Tainted blood (Priv. Shitori)

Le vio en varias ocasiones cuando su marido aún seguía con vida, pero jamás se acercó a saludar siquiera. Era gracioso la casualidad de encontrar a uno de sus hijos justo en la misma ciudad que él, ¿acaso sería un capricho del destino? Fuera lo que fuere, no era extraño que cada vez que transitaba por aquella calle detuviera sus pasos unos momentos para mirar al interior. No era el mejor padre del mundo, era extraño que se molestara siquiera en presentarse como tal, más a pesar de todo (y curiosamente) amaba a sus hijos como tal. No tenía la necesidad de darse a conocer, era mucho más divertido que ellos imaginaran qué clase de persona sería él; por su lado se conformaba en observarles desde la lejanía sin interferir en ningún momento.

Era posible que tras la muerte de su marido (y lo mucho que dio de sí aquel viaje de luto) que la idea de visitar a Sitael se empezó a hacer más presente; si habían coincidido en la misma ciudad quizá era momento de dar un paso, pero seguía reticente ante la idea de darse a conocer como progenitor, eso le quitaría toda la gracia. Al principio pensó que podría presentarse en su forma femenina, pero consideró que sería mucho más divertido hacerlo como hombre y ver cuánto tardaría en darse cuenta, a fin de cuentas él era su padre y habían ciertos rasgos que ambos compartían. Se presentó ante el lugar, acomodó su bufanda y entró haciendo sonar la campanita, mirando un poco a su alrededor para fijarse más detalladamente en la decoración, sin duda mucho mejor de lo que se podía apreciar desde fuera.

- Disculpe -mientras esperaba ser atendido- vengo a encargar un traje a medida, ¿es posible?

Le entretenía la ingenuidad con la que el joven aún ignoraba el lazo de sangre que los unía, pero el ángel caído estaba dispuesto a prolongar el juego tanto como fuese necesario. Quería degustar cada segundo de esa ignorancia, saborear la expectación que precede a la revelación.

Una risa suave se le escapó al escuchar la directa declaración del joven. Parecía empeñado en demostrar el prestigio de su oficio. Qué adorable.

—No estoy seguro de si me está echando o me está atendiendo —bromeó con ligereza, mientras aflojaba su bufanda en respuesta al calor que reinaba en el establecimiento—. No tengo prisa con este encargo; es para una ocasión especial —añadió con un aire despreocupado—. Soy compositor, y necesito un traje para la obra cuya música he compuesto —dejó caer, observando con astucia—. Pero si eso es un inconveniente... supongo que podría ir a otra tienda, como bien dijo.

Había dicho aposta aquella última frase. El caído ansiaba ver la reacción de su pequeño Sitael, observar cuánto había crecido en el tiempo transcurrido desde que se separaron hace tanto que ni lo lograba recordar. En sus gestos, creyó vislumbrar trazos de su madre, y aunque solo fuera por un instante, un vago sentimiento similar al cariño se encendió en su pecho antes de desvanecerse en lo más hondo.

—Excelente —respondió, complacido por la afirmación del más joven.

Le divertía cómo el muchacho parecía ignorarlo, como si de repente hubiese dejado de existir en aquel plano. Se cruzó de brazos, observándolo detenidamente, aprovechando para buscar aquellos trazos de similitud consigo mismo: no cabía duda, era su hijo. Sin embargo, para el joven frente a él, la idea de encontrarse cara a cara con su padre seguramente resultaba inconcebible. Parpadeó varias veces cuando escuchó que el diseño estaba listo, dejó escapar una leve risa y se inclinó con la mano en el mentón para examinar de cerca el boceto.

—Nada mal, no esperaba que lo terminara tan rápido —comentó, alzando las cejas con una sonrisa cordial—. Eso sí que es eficiencia...

El diseño le parecía llamativo, desde luego que de alguna manera iría a «deslumbrar» a los presentes. Desvió la mirada del papel hacia los ojos del joven, clavando en ellos una expresión penetrante. Entrecerró los ojos, y estiró las comisuras en una sonrisa; no estaba claro si era una muestra de satisfacción o si había algo más escondido tras ella.

—Supongo que tendrá que tomarme las medidas, ¿o acaso lo ha logrado solo con mirarme? —susurró, dejando escapar una suave risa, apenas audible, mientras se acercaba más, casi rozando el rostro del otro—. Ahora que lo pienso… se parece a alguien que conozco. Me trae cierta nostalgia... —comentó con serenidad, aunque en realidad estaba jugando.

Ladeó la cabeza, como si quisiera estudiar mejor cada detalle de su rostro, pero no tardó en dar un paso atrás, enderezando su postura para que el espacio entre ambos volviera a sentirse.

—Ah, disculpe, espero no haberlo incomodado —se excusó con una modesta sonrisa de falsa cortesía. Si el joven le indicaba que debía tomar las medidas, entonces empezaría a quitarse la bufanda y el abrigo, de lo contrario, esperaría a que le pidiese su información— ¿Cuánto tiempo va a tomar para tenerlo listo?

—No, nada —respondió mientras negaba con la cabeza—, simplemente me pareció… interesante, su eficiencia —añadió—. Usted es el profesional; seguramente ha tomado las medidas de muchos clientes, debe de tener muy buen ojo. —La precisión adquirida a través de la experiencia siempre le resultaba fascinante. Aunque él mismo había dominado ciertas habilidades de manera similar, quizás hasta con los ojos cerrados. Supuso que no iba a ser diferente con su hijo.

Sentía una pizca de orgullo al observarlo. Su pequeño, claramente, había crecido.

Asintió antes de acercarse al colgador, donde dejó la ropa, y luego regresó, permitiéndole continuar con el trabajo de tomarle las medidas. Internamente, no podía evitar divertirse por la ignorancia de Sitael sobre la verdadera identidad de la persona que tenía frente a él.

—No tengo prisa, aún queda tiempo antes de que empiece la obra. Será en un par de meses —respondió a la pregunta—. Supongo que puede tenerlo listo para entonces, ¿verdad? —esbozó una sonrisa afable—. Yo no entiendo mucho de estas cosas; desconozco cuánto tiempo toma confeccionar un traje.

Observaba de reojo cómo el joven tomaba las medidas y hacía anotaciones, sus ojos entrecerrados y una leve sonrisa en los labios, como un padre orgulloso.

—Es curioso… —comentó, dirigiendo la mirada al espejo—. ¿No cree que nos parecemos un poco? Ah… hace mucho tiempo perdí a alguien importante. Mis hijos desaparecieron en un incidente y jamás logré encontrarlos… quizá se habrían visto como usted si tuviesen su edad —murmuró sin perder la sonrisa, aunque un destello melancólico y casi rabioso brillaba en sus ojos. Era imposible contener ambas emociones al pensar en ese tema—. Sus padres deben de sentirse orgullosos de usted con lo aplicado que es con su trabajo.

Estaba ansioso por ver su reacción. Todo esto se volvía más divertido a cada instante.