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{P} La maleta perdida.
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{P} La maleta perdida.
- Yiss… creo que esto me dolerá hasta mañana… Agh… ¡Ah, ah, ahm… AAAAAAAAGH POR FAVOR CON CARIÑO, QUE ES MI PRIMERA VEZ! Ay, ayayay… vale, así me gusta más… si… Oh… Más, un poco más adentro… no, más abajo… Ajá, justo ahí. Eres una experta, cariño. – suspiré entre gemidos, acomodando un par de mechones rebeldes de cabello y volviéndome a colocar mi chaqueta.
… ¿Qué? ¿Ahora nadie le puede pedir a un pasajero al azar que te rasque la espalda porque un puñetero bicho te estuvo molestando por varias horas? La gente de Glass City sí que es mal pensada… Como sea.
Luego de agradecerle a la amable aeromoza que me había hecho el favor, le entregué una tarjetita con mi número telefónico y mi presentación formal, esa misma que iba a utilizar para que me llamasen en cuanto consiguiera el trabajo (porque estaba más que claro que lo iba a obtener). Mi primera impresión del aeropuerto de Glass City fue mejor de lo que esperaba, viendo la cantidad exagerada de personas que tenía cerca pero que al mismo tiempo no se percibía por lo enorme que era el sitio. No por nada lo llamaban el aeropuerto de las cuatro estaciones, creo yo.
Lo único fastidioso del sitio era tener que esperar mi maleta, que tardaba una eternidad como cualquier aeropuerto. Empezaba a creer que este sitio era mágico, pero creo que me equivoqué. Me había sentado en la feria de comida del piso de arriba, mirando al piso inferior para cuando empezaran a sacar las maletas del vuelo D-19, mientras devoraba una galleta a diestra y siniestra. Prefería almorzar algo afuera que aquí adentro, porque aunque conociera todos los locales de comida rápida, no me iba a arriesgar a gastar un montón de dinero por algo que después me cause gastritis. Para mi suerte, la espera no fue tan larga como esperaba: En el piso de bajo había una gran pantalla que decía “D-19”, que era mi vuelo precisamente, anunciando que las maletas iban abajo. Bingo.
Ya no esperaba mi maleta en el piso de arriba, sino que ahora la esperaba en una enorme cola de cientos de personas, parado como un pirujo cualquiera, comiendo mi galleta ridículamente seca mientras que veía cómo bajaan las maletas como saco de papas. Alcé los hombros, restándole importancia… hasta ver que tiraban mi maleta como a cualquier otra, cosa que no aguanté un segundo y me les adelanté a todos, ignorando por completo los gritos de quejas y el disturbio a mis espaldas, preocupado por lo que llevaba adentro.
- ¡MIS BEBES! – grité, abrazando la maleta oscura como si no hubiera mañana – ¡¿Tiene idea de lo que está adentro?! ¡¿Acaso se tomaron la molestia de si quiera pasarlo por los rayos X?! ¡Lo que está adentro vale una fortuna, más de lo que podrías ganar en un año! Como les haya pasado algo, te voy a… – me di cuenta que estaba armando un escándalo por mi maleta, mirando a mis espaldas para ver que el resto de la gente se había callado. Erguido, tomé la maleta y empecé a andar, no sin antes aclararme la garganta y hacer una reverencia para así marcharme de la manera más disimulada posible.
-
Vaya día, pensé, ahora sentado en un banquito cualquiera cerca de la salida que daba a Glass City. Esperaba a que ninguna de mis bebés se haya dañado, por lo que rompí la cadena que tenía puesta en caso de “seguridad” (seguridad una mierda, eso es lo que precisamente no tenía ninguno de esos bichos del aeropuerto con mi maleta) para abrirlo, llevándome con tremenda sorpresa al ver que…
- No están… – murmuré – ¡NO ESTÁN!
Escarbé entre la gran cantidad de papeleo que no me explicaba, buscando con desesperación a mis cámaras. ¡¿Dónde demonios estaban?! ¡¿Es que acaso las confiscaron creyendo que tenía marihuana escondido en el rollo de película o algo por el estilo?! Tiré los papeles a todas direcciones. Ni siquiera mi ropa estaba allí, empezando a entrar en pánico. Sin embargo, no me había dado la tarea de ver qué demonios había en esos papeles. Tomé el primero que tenía cerca (todos en el piso o empezando a caer lentamente al mismo), descubriendo que eran una serie de partituras que no me pertenecían, así como recién me di cuenta que la ropa que estaba allí tampoco era la mía.
¿Eso significa que tengo la maleta equivocada? Entonces… ¿Quién demonios tiene la mía?
… ¿Qué? ¿Ahora nadie le puede pedir a un pasajero al azar que te rasque la espalda porque un puñetero bicho te estuvo molestando por varias horas? La gente de Glass City sí que es mal pensada… Como sea.
Luego de agradecerle a la amable aeromoza que me había hecho el favor, le entregué una tarjetita con mi número telefónico y mi presentación formal, esa misma que iba a utilizar para que me llamasen en cuanto consiguiera el trabajo (porque estaba más que claro que lo iba a obtener). Mi primera impresión del aeropuerto de Glass City fue mejor de lo que esperaba, viendo la cantidad exagerada de personas que tenía cerca pero que al mismo tiempo no se percibía por lo enorme que era el sitio. No por nada lo llamaban el aeropuerto de las cuatro estaciones, creo yo.
Lo único fastidioso del sitio era tener que esperar mi maleta, que tardaba una eternidad como cualquier aeropuerto. Empezaba a creer que este sitio era mágico, pero creo que me equivoqué. Me había sentado en la feria de comida del piso de arriba, mirando al piso inferior para cuando empezaran a sacar las maletas del vuelo D-19, mientras devoraba una galleta a diestra y siniestra. Prefería almorzar algo afuera que aquí adentro, porque aunque conociera todos los locales de comida rápida, no me iba a arriesgar a gastar un montón de dinero por algo que después me cause gastritis. Para mi suerte, la espera no fue tan larga como esperaba: En el piso de bajo había una gran pantalla que decía “D-19”, que era mi vuelo precisamente, anunciando que las maletas iban abajo. Bingo.
Ya no esperaba mi maleta en el piso de arriba, sino que ahora la esperaba en una enorme cola de cientos de personas, parado como un pirujo cualquiera, comiendo mi galleta ridículamente seca mientras que veía cómo bajaan las maletas como saco de papas. Alcé los hombros, restándole importancia… hasta ver que tiraban mi maleta como a cualquier otra, cosa que no aguanté un segundo y me les adelanté a todos, ignorando por completo los gritos de quejas y el disturbio a mis espaldas, preocupado por lo que llevaba adentro.
- ¡MIS BEBES! – grité, abrazando la maleta oscura como si no hubiera mañana – ¡¿Tiene idea de lo que está adentro?! ¡¿Acaso se tomaron la molestia de si quiera pasarlo por los rayos X?! ¡Lo que está adentro vale una fortuna, más de lo que podrías ganar en un año! Como les haya pasado algo, te voy a… – me di cuenta que estaba armando un escándalo por mi maleta, mirando a mis espaldas para ver que el resto de la gente se había callado. Erguido, tomé la maleta y empecé a andar, no sin antes aclararme la garganta y hacer una reverencia para así marcharme de la manera más disimulada posible.
-
Vaya día, pensé, ahora sentado en un banquito cualquiera cerca de la salida que daba a Glass City. Esperaba a que ninguna de mis bebés se haya dañado, por lo que rompí la cadena que tenía puesta en caso de “seguridad” (seguridad una mierda, eso es lo que precisamente no tenía ninguno de esos bichos del aeropuerto con mi maleta) para abrirlo, llevándome con tremenda sorpresa al ver que…
- No están… – murmuré – ¡NO ESTÁN!
Escarbé entre la gran cantidad de papeleo que no me explicaba, buscando con desesperación a mis cámaras. ¡¿Dónde demonios estaban?! ¡¿Es que acaso las confiscaron creyendo que tenía marihuana escondido en el rollo de película o algo por el estilo?! Tiré los papeles a todas direcciones. Ni siquiera mi ropa estaba allí, empezando a entrar en pánico. Sin embargo, no me había dado la tarea de ver qué demonios había en esos papeles. Tomé el primero que tenía cerca (todos en el piso o empezando a caer lentamente al mismo), descubriendo que eran una serie de partituras que no me pertenecían, así como recién me di cuenta que la ropa que estaba allí tampoco era la mía.
¿Eso significa que tengo la maleta equivocada? Entonces… ¿Quién demonios tiene la mía?
Invitado- Invitado
Re: {P} La maleta perdida.
Dominik se había dormido durante el viaje en avión, aunque por lo general era una persona muy tranquila el día anterior al viaje había estado muy nervioso puesto que era la primera vez que se separaba de su familia de esa forma, sin embargo estaba profundamente agradecido con su tía que se había encargado de prácticamente todo para poder mandarlo a Glass City para que pudiese estudiar en el mejor lugar que había, después de todo él era un amante de la música, era un elemento que había estado en su vida desde siempre, mucho antes de que su voz le abandonara.
Cuando el avión hubo aterrizado una aeromoza le despertó amablemente, él estaba algo aturdido y un poco confundido, después de todo el cambio de horario era bastante. Recogió una pequeña mochila y el estuche del violín, pues era lo único que había subido con él, el resto de su equipaje se lo darían más adelante en el lugar correspondiente. Como no estaba acostumbrado a viajar y lo había hecho un par de veces, tuvo que pedir un par de indicaciones, estar por su cuenta en un lugar que no conocía en lo absoluto iba a ser algo difícil.
Se dirigió al lugar donde las entregaban y se puso a hacer fila por un muy largo rato, tenía hambre y sentía la garganta seca, honestamente no recordaba que fuera un proceso tan tardado. Para compensar un poco el tiempo perdido se puso a escuchar una de las grabaciones más recientes que había hecho de composiciones propias, pensando en los arreglos que podría hacerle de manera que sonase mejor, la música realmente le tranquilizaba mucho y le ayudaba a pasar el tiempo, y ahora que estaba en Glass City era libre de tocar cuanto quisiera, pues no había nada que le atara, incluso si no volvía a cantar.
Finalmente comenzaron a bajar las maletas, por la rudeza con que las tiraban se alegró mucho de haber traído su violín con él y no haberlo dejado con el resto de su equipaje. Pudo ver como bajaban su maleta con tan poca delicadeza y suspiró, se acercó a recogerla pero un hombre de larga melena roja se adelantó y la tomó, supuso que debía tener una maleta igual a la suya porque de otro modo no se le ocurría por qué habría tomado sus cosas. Sus sospechas fueron confirmadas pocos minutos después cuando una maleta idéntica fue bajada, se apresuró a recogerla y a marcharse de allí, pues tenía necesidades básicas que satisfacer.
Conforme iba caminando, con la maleta deslizándose detrás de él, notó que estaba bastante más pesada de lo que la recordaba, decidió pararse a mitad del camino para revisarla y cuando la abrió cuál no fue su sorpresa al encontrar un montón de cámaras desconocidas en lugar de sus amadas partituras, inmediatamente se preocupó y molestó, ¿quién podía tener sus pertenencias? A su mente viajó con sorprendente rapidez la imagen del hombre pelirrojo que había montado el escándalo al recoger su maleta, tenía que encontrarle.
Le buscó de manera frenética por todo el maldito aeropuerto, sin darse por vencido puesto que era una persona muy terca, decidida y dedicada, después de un largo rato le encontró, sentado en un banco cerca de una de las salidas. Aliviado, se acercó a él con rapidez, pudiendo notar su estrés desde la distancia probablemente porque la que tenía no era su maleta, sin embargo su expresión se transformó en una de ira al ver que todos los papeles y partituras que eran importantes para él se encontraban ahora esparcidos por el suelo, iba a matar al chico.
Se acercó a él, dedicándole una mirada que asustó a más de uno que le vio, apenas se encontró frente a él dejó caer la maleta que traía en sus manos de manera un tanto violenta, esperaba que le tuviese una buena explicación preparada si no quería que le partiese la madre, o que al menos lo intentara, pues seguramente los guardias de seguridad le detendrían nada más empezar el desastre.
Cuando el avión hubo aterrizado una aeromoza le despertó amablemente, él estaba algo aturdido y un poco confundido, después de todo el cambio de horario era bastante. Recogió una pequeña mochila y el estuche del violín, pues era lo único que había subido con él, el resto de su equipaje se lo darían más adelante en el lugar correspondiente. Como no estaba acostumbrado a viajar y lo había hecho un par de veces, tuvo que pedir un par de indicaciones, estar por su cuenta en un lugar que no conocía en lo absoluto iba a ser algo difícil.
Se dirigió al lugar donde las entregaban y se puso a hacer fila por un muy largo rato, tenía hambre y sentía la garganta seca, honestamente no recordaba que fuera un proceso tan tardado. Para compensar un poco el tiempo perdido se puso a escuchar una de las grabaciones más recientes que había hecho de composiciones propias, pensando en los arreglos que podría hacerle de manera que sonase mejor, la música realmente le tranquilizaba mucho y le ayudaba a pasar el tiempo, y ahora que estaba en Glass City era libre de tocar cuanto quisiera, pues no había nada que le atara, incluso si no volvía a cantar.
Finalmente comenzaron a bajar las maletas, por la rudeza con que las tiraban se alegró mucho de haber traído su violín con él y no haberlo dejado con el resto de su equipaje. Pudo ver como bajaban su maleta con tan poca delicadeza y suspiró, se acercó a recogerla pero un hombre de larga melena roja se adelantó y la tomó, supuso que debía tener una maleta igual a la suya porque de otro modo no se le ocurría por qué habría tomado sus cosas. Sus sospechas fueron confirmadas pocos minutos después cuando una maleta idéntica fue bajada, se apresuró a recogerla y a marcharse de allí, pues tenía necesidades básicas que satisfacer.
Conforme iba caminando, con la maleta deslizándose detrás de él, notó que estaba bastante más pesada de lo que la recordaba, decidió pararse a mitad del camino para revisarla y cuando la abrió cuál no fue su sorpresa al encontrar un montón de cámaras desconocidas en lugar de sus amadas partituras, inmediatamente se preocupó y molestó, ¿quién podía tener sus pertenencias? A su mente viajó con sorprendente rapidez la imagen del hombre pelirrojo que había montado el escándalo al recoger su maleta, tenía que encontrarle.
Le buscó de manera frenética por todo el maldito aeropuerto, sin darse por vencido puesto que era una persona muy terca, decidida y dedicada, después de un largo rato le encontró, sentado en un banco cerca de una de las salidas. Aliviado, se acercó a él con rapidez, pudiendo notar su estrés desde la distancia probablemente porque la que tenía no era su maleta, sin embargo su expresión se transformó en una de ira al ver que todos los papeles y partituras que eran importantes para él se encontraban ahora esparcidos por el suelo, iba a matar al chico.
Se acercó a él, dedicándole una mirada que asustó a más de uno que le vio, apenas se encontró frente a él dejó caer la maleta que traía en sus manos de manera un tanto violenta, esperaba que le tuviese una buena explicación preparada si no quería que le partiese la madre, o que al menos lo intentara, pues seguramente los guardias de seguridad le detendrían nada más empezar el desastre.
Invitado- Invitado
Re: {P} La maleta perdida.
No pode escuchar el sonido de alguien acercándose porque lo había confundido con el montón de maletas que iban a mi alrededor, así como mi desesperante desesperación me tenía muy ocupado al ver que no tenía mi maleta. Me sujeté de los cabellos y tiré de los mismos con locura, estirándome la cara mientras que mascullaba palabras que nadie podía entender ya que ni siquiera yo mismo me entendía, aunque estaba muy seguro de que tenían que ver con la pérdida de mis bebés y las ganas de matar a la gente del servicio de por aquí, que era pésimo.
Algo cayó de bruces al punto de sobresaltarme, mirando directamente en dirección a ella para ver que otra maleta, exactamente igual a la que tenía, estaba justo a mi lado. ¡Esa debía ser mi maleta! Iba a sonreír por encontrarla, pero supe que esa no podía rodar por su propia cuenta y levanté la mirada para encontrarme con el sujeto que la había traído, y por la cara que tenía, no parecía muy contento de verme, caso totalmente contrario al mío porque había sonreído de oreja a oreja y me levanté para tomarle de la mano, dándole palmadas en la espalda:
- Hombre, jamás creí decirle esto a un desconocido, pero me alegra mucho verte – le dije, agitando su brazo entero inconscientemente por el apretón de manos – Acabas de hacerme un tremendo favor, amigo. ¿Cómo puedo pagarte?
Estaba un poco confundido por la cara de amargado que traía, no tenía pinta de que fuera algo normal en él, así que desvié la mirada muy disimuladamente en dirección al suelo, donde estaban regados un montón de papeles. Pude sentir cómo un bombillo se encendía sobre mi cabeza, volviendo la mirada hacia él con la misma sonrisa:
- ¡Ah! ¿Esa maleta es la tuya, no? – le solté la mano sin esperar su respuesta, empezando a recoger los papeles uno a uno tratando de que no se doblaran – Creo que para el próximo viaje le pondré una etiqueta para identificarla, creí que sería fácil de ver dado que todo el mundo prefiere el color verde o negro para las maleta de avión – miré de reojo a mi acompañante, dedicándole una sonrisa.
Había recogido todos los papeles que tiré en un principio, echándome de rodillas al suelo para organizar la ropa y poner las partituras a un lado, tal y como lo había encontrado. Cerré la maleta para levantarla y rodarla hasta mi compañero, llevándola hasta su lado. Le tendí la agarradera en su mano, volviéndole a dar palmadas en el hombro.
- Ya está, como nueva – dije, volviendo hacia mi propia maleta para abrirla y asegurarme que mis bebés estuvieran en perfecto estado. Por fortuna, lo estaban, pero una de ellas se había salido de la correa que los mantenía en su sitio y tuve que hacer espacio para que entrase de nuevo. La envolví en mi ropa, justo como estaban las demás, para cerrarla y sujetarla de la misma manera que había hecho con el otro sujeto – En serio, te debo un gran favor, tío. ¿Cómo te llamas? – sonreí, sacando del bolsillo de mi camisa una tarjeta de presentación con mi nombre y mi número telefónico.
Algo cayó de bruces al punto de sobresaltarme, mirando directamente en dirección a ella para ver que otra maleta, exactamente igual a la que tenía, estaba justo a mi lado. ¡Esa debía ser mi maleta! Iba a sonreír por encontrarla, pero supe que esa no podía rodar por su propia cuenta y levanté la mirada para encontrarme con el sujeto que la había traído, y por la cara que tenía, no parecía muy contento de verme, caso totalmente contrario al mío porque había sonreído de oreja a oreja y me levanté para tomarle de la mano, dándole palmadas en la espalda:
- Hombre, jamás creí decirle esto a un desconocido, pero me alegra mucho verte – le dije, agitando su brazo entero inconscientemente por el apretón de manos – Acabas de hacerme un tremendo favor, amigo. ¿Cómo puedo pagarte?
Estaba un poco confundido por la cara de amargado que traía, no tenía pinta de que fuera algo normal en él, así que desvié la mirada muy disimuladamente en dirección al suelo, donde estaban regados un montón de papeles. Pude sentir cómo un bombillo se encendía sobre mi cabeza, volviendo la mirada hacia él con la misma sonrisa:
- ¡Ah! ¿Esa maleta es la tuya, no? – le solté la mano sin esperar su respuesta, empezando a recoger los papeles uno a uno tratando de que no se doblaran – Creo que para el próximo viaje le pondré una etiqueta para identificarla, creí que sería fácil de ver dado que todo el mundo prefiere el color verde o negro para las maleta de avión – miré de reojo a mi acompañante, dedicándole una sonrisa.
Había recogido todos los papeles que tiré en un principio, echándome de rodillas al suelo para organizar la ropa y poner las partituras a un lado, tal y como lo había encontrado. Cerré la maleta para levantarla y rodarla hasta mi compañero, llevándola hasta su lado. Le tendí la agarradera en su mano, volviéndole a dar palmadas en el hombro.
- Ya está, como nueva – dije, volviendo hacia mi propia maleta para abrirla y asegurarme que mis bebés estuvieran en perfecto estado. Por fortuna, lo estaban, pero una de ellas se había salido de la correa que los mantenía en su sitio y tuve que hacer espacio para que entrase de nuevo. La envolví en mi ropa, justo como estaban las demás, para cerrarla y sujetarla de la misma manera que había hecho con el otro sujeto – En serio, te debo un gran favor, tío. ¿Cómo te llamas? – sonreí, sacando del bolsillo de mi camisa una tarjeta de presentación con mi nombre y mi número telefónico.
Invitado- Invitado
Re: {P} La maleta perdida.
A Dominik no le alegraba mucho la idea de verle, de hecho, no le alegraba la idea de estar en un lugar lleno de desconocidos en el que tenía que convivir con gente que se pensaba que estaba mudo, no lo estaba, simplemente no quería hablar, de ser posible nunca jamás. Su voz era algo horrible que no debía ser escuchado, su querida madre se lo había dejado en claro mediante golpizas y gritos; era por eso que había recurrido a tocar instrumentos varios y había encontrado algo de felicidad en el violín específicamente, las partituras y su ira se habían convertido en su único medio de expresar lo que sentía…
Y estaba seguro de que en ese momento el enojo podía notarse incluso en un rostro inexpresivo como el suyo, ese hombre había sobrepasado todos los puntos de las cosas que estaba mal que hiciera alguien que no contaba ni como conocido, desde tocarle hasta llamarle “amigo”, Dominik era una persona muy específica en cuanto a cómo clasificaba a las personas que conocía, y hasta donde él sabía, no había ni un alma en la etiqueta de “amigos”, más que su violín, Lysandro, y no podía decirse que este tuviera alma por más cariño que le tuviese.
Le miró con toda la paciencia que pudo y esperó a que terminara de recoger todas sus cosas, ya sabía de antemano que pasaría el resto de la tarde ordenando las partituras que el idiota frente a él había desordenado, sólo pensar en eso le hacía hervir la sangre de una manera inexplicable, puesto que su plan consistía en relajarse y adaptarse al nuevo ambiente en el que viviría, ya podía despedirse de ello y saludar al estrés. Sólo le quedaba esperar que ninguna hoja se hubiese arruinado, pues para él todas eran muy valiosas.
Tomó su maleta y la observó, en busca de daños a su estructura externa, sin embargo pronto se dio cuenta de que estaba en perfecto estado y lo único que probablemente había sufrido daños eran los contenidos en su interior, pero esperaba que al menos el otro no fuese tan desconsiderado como la primera vez. Se lo debía tomando en cuenta que con su mal humor pudo haber destrozado las cámaras sin siquiera pensarlo dos veces, pero había decidido ser paciente y buscar al dueño, aunque la primera impresión hubiese sido de lo peor, pero ese era otro tema.
Miró al hombre con desconfianza, no sabía si decirle su nombre, aunque ciertamente no había sido tan malo con sus cosas y al menos había cuidado la maleta, pudo haberse desecho de ella en otras circunstancias. Al final suspiró y decidió que le diría, no podía estar seguro de que no sería una de esas personas insistentes que te perseguía hasta sacarte la información. Con cuidado, sacó de una mochila que traía colgada al hombro una pequeña libreta, la abrió en una página y se la mostró, en esta estaba escrito “Dominik Almássy” con una caligrafía hermosa en letras color chocolate.
Ahora era cuando llegaban las preguntas.
Y estaba seguro de que en ese momento el enojo podía notarse incluso en un rostro inexpresivo como el suyo, ese hombre había sobrepasado todos los puntos de las cosas que estaba mal que hiciera alguien que no contaba ni como conocido, desde tocarle hasta llamarle “amigo”, Dominik era una persona muy específica en cuanto a cómo clasificaba a las personas que conocía, y hasta donde él sabía, no había ni un alma en la etiqueta de “amigos”, más que su violín, Lysandro, y no podía decirse que este tuviera alma por más cariño que le tuviese.
Le miró con toda la paciencia que pudo y esperó a que terminara de recoger todas sus cosas, ya sabía de antemano que pasaría el resto de la tarde ordenando las partituras que el idiota frente a él había desordenado, sólo pensar en eso le hacía hervir la sangre de una manera inexplicable, puesto que su plan consistía en relajarse y adaptarse al nuevo ambiente en el que viviría, ya podía despedirse de ello y saludar al estrés. Sólo le quedaba esperar que ninguna hoja se hubiese arruinado, pues para él todas eran muy valiosas.
Tomó su maleta y la observó, en busca de daños a su estructura externa, sin embargo pronto se dio cuenta de que estaba en perfecto estado y lo único que probablemente había sufrido daños eran los contenidos en su interior, pero esperaba que al menos el otro no fuese tan desconsiderado como la primera vez. Se lo debía tomando en cuenta que con su mal humor pudo haber destrozado las cámaras sin siquiera pensarlo dos veces, pero había decidido ser paciente y buscar al dueño, aunque la primera impresión hubiese sido de lo peor, pero ese era otro tema.
Miró al hombre con desconfianza, no sabía si decirle su nombre, aunque ciertamente no había sido tan malo con sus cosas y al menos había cuidado la maleta, pudo haberse desecho de ella en otras circunstancias. Al final suspiró y decidió que le diría, no podía estar seguro de que no sería una de esas personas insistentes que te perseguía hasta sacarte la información. Con cuidado, sacó de una mochila que traía colgada al hombro una pequeña libreta, la abrió en una página y se la mostró, en esta estaba escrito “Dominik Almássy” con una caligrafía hermosa en letras color chocolate.
Ahora era cuando llegaban las preguntas.
Invitado- Invitado
Re: {P} La maleta perdida.
Sonreí de oreja a oreja, casi como idiota mientras esperaba a que el sujeto aceptara la tarjeta. La idea era tratar de verme todo lo profesional que podía, a pesar de que mi escándalo anterior por las maletas no había servido de nada para darme seriedad… Al menos la tarjeta con el número servirían de algo así sea levantar un poco mi propia dignidad. Como sea: El chico se mostraba extrañamente callado, cosa que en el fondo me daba algo de grima porque no había escuchado ni una sola palabra de él, preguntándome si es que sería mudo o algo por el estilo.
Finalmente, decidió responder de la forma más original que hasta ahora había recibido en una presentación: Escribirla. Parpadeé un instante y me incliné en dirección a la libreta para ver bien lo que decía, vaya letra tan adornada, pero sí se le entendía. Desvié la mirada hacia mi compañero manteniendo una cejar arqueada, dejando que el ruido del aeropuerto de por sí llenara ese silencio ciertamente incómodo entre ambos, hasta volverme a erguir para meter la tarjeta con mi nombre y número entre las páginas de la libreta:
- Muy bien, Dominik. Es un placer conocerte~ – respondí, guiñándole un ojo – ¿Por qué no vienes conmigo y buscamos la salida juntos, eh? Soy nuevo en la ciudad, y sinceramente no conozco nada de nada. Una mano me vendría bastante bien y creo que a ti también – alcé los hombros, dándole la espalda ya con mi maleta en mano antes de comenzar a caminar hacia una máquina expendedora.
Tenía un hambre bestial, sí señor. Apenas y con una bolsa de maní en el estómago con más de ocho horas de viaje… Lo sé, no es para nada sano. Metí un par de monedas en la máquina y presioné algunos botones, consiguiendo de la máquina una botella de té helado que no dudé ni un segundo de destapar y beber la mitad de un sopetón. ¿Se me notaba mucho lo vagabundo? A más de uno, en realidad. Los aeropuertos son por excelencia la base de la pobreza en un país (a menos que seas un burgués a donde tengas guardaespaldas que se dediquen a cargar la maleta por ti… y no suena nada mal en realidad).
Compré otro té para ofrecérselo a mi compañero, terminando de beber toda mi botella antes de estirar mi mano con el producto, sonriéndole de punta a punta de nuevo:
- ¿Gustas? Tienes pinta de venir de muy lejos. ¿De dónde eres?
Finalmente, decidió responder de la forma más original que hasta ahora había recibido en una presentación: Escribirla. Parpadeé un instante y me incliné en dirección a la libreta para ver bien lo que decía, vaya letra tan adornada, pero sí se le entendía. Desvié la mirada hacia mi compañero manteniendo una cejar arqueada, dejando que el ruido del aeropuerto de por sí llenara ese silencio ciertamente incómodo entre ambos, hasta volverme a erguir para meter la tarjeta con mi nombre y número entre las páginas de la libreta:
- Muy bien, Dominik. Es un placer conocerte~ – respondí, guiñándole un ojo – ¿Por qué no vienes conmigo y buscamos la salida juntos, eh? Soy nuevo en la ciudad, y sinceramente no conozco nada de nada. Una mano me vendría bastante bien y creo que a ti también – alcé los hombros, dándole la espalda ya con mi maleta en mano antes de comenzar a caminar hacia una máquina expendedora.
Tenía un hambre bestial, sí señor. Apenas y con una bolsa de maní en el estómago con más de ocho horas de viaje… Lo sé, no es para nada sano. Metí un par de monedas en la máquina y presioné algunos botones, consiguiendo de la máquina una botella de té helado que no dudé ni un segundo de destapar y beber la mitad de un sopetón. ¿Se me notaba mucho lo vagabundo? A más de uno, en realidad. Los aeropuertos son por excelencia la base de la pobreza en un país (a menos que seas un burgués a donde tengas guardaespaldas que se dediquen a cargar la maleta por ti… y no suena nada mal en realidad).
Compré otro té para ofrecérselo a mi compañero, terminando de beber toda mi botella antes de estirar mi mano con el producto, sonriéndole de punta a punta de nuevo:
- ¿Gustas? Tienes pinta de venir de muy lejos. ¿De dónde eres?
Invitado- Invitado
Re: {P} La maleta perdida.
Dominik le observó hacer toda clase de expresiones mientras leía su extraña presentación, porque realmente no era muy común que a la hora de saludar a alguien por primera vez esta persona te mirase fijamente y te ofreciese un papel con un nombre, por más bonita que fuese la caligrafía lo cierto era que eso no dejaba muy buena impresión; más bien todo lo contrario, cualquiera pensaría que dicha persona se creía demasiado buena como para dirigirle la palabra o algo así. Sin embargo para el pelinegro fue todo una sorpresa cuando Clyde simplemente se limitó a pasarle su tarjeta de presentación sin hacer preguntas, tenía que admitir que era una sorpresa agradable.
El chico consideró por un momento la oferta que le hacía el fotógrafo, la verdad era que no le conocía de nada más que esos breves minutos en los que habían intercambiado su presentación, y probablemente no era la idea más inteligente seguir a un completo extraño en un lugar que no conocía –aunque Clyde le había demostrado más que bien lo inocente que podía ser después del revuelo por su maleta-, pues podía terminar en una situación bastante complicada e incómoda quizás. Sin embargo, era cierto que Clyde era una de las pocas personas que no le había hecho la pregunta del millón sobre si estaba mudo o qué pasaba con él, por lo que no podía evitar esa creciente curiosidad que ahora sentía hacia el extraño individuo de cabellos rojizos, por lo que terminó siguiéndole en ese silencio espectral que le acompañaba a todos lados, arrastrando su maleta llena de sus pertenencias con él. Si la situación terminaba mal siempre podía intentar hacer uso de sus muchas habilidades físicas para partirle la cara y huir, siempre y cuando no le pasara algo a su preciado violín, claro.
Dominik le siguió hasta la máquina expendedora y miró la bebida, inseguro; sin embargo le había visto comprarla así que la aceptó tras unos cortos momentos, tomándola con la mano desocupada y revisando qué era, al descubrir que era té pidió mentalmente que no estuviese muy dulce, o no le gustaría. Tras abrir la lata y darle un trago, comprobó que el sabor era soportable, así que no tardo en darle más tragos antes de dejarla sobre su maleta que ahora estaba acomodada de manera vertical. De su mochila volvió a sacar la libreta y buscó una hoja limpia para escribir.
“Soy de Hungría, pero me trasladé desde Finlandia.” Contestó de nuevo utilizando el medio escrito, antes de añadir algo más en la parte de abajo. “¿Y tú?”
Invitado- Invitado
Re: {P} La maleta perdida.
Mientras Dominik se dedicaba a responderme con su extraña manera de comunicarse mediante notas, yo preferí esperar su respuesta metiendo más monedas a la máquina para obtener otro té y de paso sacar un paquete de papas fritas. No era el alimento ideal para estos momentos, pero supongo que eso me haría aguantar hasta llegar a algún lugar con una mejor comida. Como habían varios sitios, seguro habría un KFC o algo parecido en algún rincón del aeropuerto.
Devorando un par de papas, estiré el cuello para leer su respuesta. ¡Vaya!
- ¿Finlandia? ¡Eso sí que es viajar desde lejos! – respondí con una pequeña carcajada. Di un sorbo a mi té antes de responder – Bueno, yo vengo de Irlanda. No estábamos ni tan lejos, ¿No te parece? – bromeé, guiñándole un ojo a Dominik para ofrecerle algo de mi pobre paquete de papas fritas.
Había un cúmulo de gente que parecía moverse en dirección a una salida. Pude reconocer a algunas personas que venían de mi vuelo, así que asumí que estaban buscando la puerta que daba más próxima a la ciudad. ¿Soy el único emocionado? En seguida esas papas se disolvieron en mis jugos gástricos para dar origen a un dolor de estómago, producto de los nervios al creer que finalmente había llegado a mi destino luego de tan lejos. Volteé en dirección a Dominik, bajando mis lentes como si quisiera duplicar mi genialidad.
- ¿Vamos? Algo me dice que tenemos que unirnos a la corriente antes de que ella nos arrastre – alcé los hombros, tomando mi maleta para encaminarme hacia el cúmulo de personas y ser una con ella.
Trataba de mantenerme lo más cercano a una vía de escape en caso de que estuviera equivocado y nos estuviese llevando (en caso de que Dominik me haya seguido) de camino a un avión que va hacia Ocumare o algo por el estilo. Por fortuna, fue todo lo contrario: Había una gran puerta con un cartel enorme en varios idiomas que todas parecían decir “¡Bienvenido!” porque no podía entender todas las palabras que estaban escritas. Nada más salir por la puerta, me encontré con una maravilla de paisaje urbano, y numerosas líneas de taxi que abrían sus puertas, ofreciendo a las entradas monetarias (dígase los turistas) a llevarlos a donde quisieran.
- Bueno, ya sabes lo que dicen – alcé la voz, esperando a tener a Dominik detrás de mí para que me escuchara – “Homero eres tonto como una piedra y feo como una blasfemia. Si un extraño ofrece llevarte, te subes” –alcé los hombros, encaminándome hacia un taxi cualquiera.
Devorando un par de papas, estiré el cuello para leer su respuesta. ¡Vaya!
- ¿Finlandia? ¡Eso sí que es viajar desde lejos! – respondí con una pequeña carcajada. Di un sorbo a mi té antes de responder – Bueno, yo vengo de Irlanda. No estábamos ni tan lejos, ¿No te parece? – bromeé, guiñándole un ojo a Dominik para ofrecerle algo de mi pobre paquete de papas fritas.
Había un cúmulo de gente que parecía moverse en dirección a una salida. Pude reconocer a algunas personas que venían de mi vuelo, así que asumí que estaban buscando la puerta que daba más próxima a la ciudad. ¿Soy el único emocionado? En seguida esas papas se disolvieron en mis jugos gástricos para dar origen a un dolor de estómago, producto de los nervios al creer que finalmente había llegado a mi destino luego de tan lejos. Volteé en dirección a Dominik, bajando mis lentes como si quisiera duplicar mi genialidad.
- ¿Vamos? Algo me dice que tenemos que unirnos a la corriente antes de que ella nos arrastre – alcé los hombros, tomando mi maleta para encaminarme hacia el cúmulo de personas y ser una con ella.
Trataba de mantenerme lo más cercano a una vía de escape en caso de que estuviera equivocado y nos estuviese llevando (en caso de que Dominik me haya seguido) de camino a un avión que va hacia Ocumare o algo por el estilo. Por fortuna, fue todo lo contrario: Había una gran puerta con un cartel enorme en varios idiomas que todas parecían decir “¡Bienvenido!” porque no podía entender todas las palabras que estaban escritas. Nada más salir por la puerta, me encontré con una maravilla de paisaje urbano, y numerosas líneas de taxi que abrían sus puertas, ofreciendo a las entradas monetarias (dígase los turistas) a llevarlos a donde quisieran.
- Bueno, ya sabes lo que dicen – alcé la voz, esperando a tener a Dominik detrás de mí para que me escuchara – “Homero eres tonto como una piedra y feo como una blasfemia. Si un extraño ofrece llevarte, te subes” –alcé los hombros, encaminándome hacia un taxi cualquiera.
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