Sadie Brauss

Prima por parte de la familia paterna de Nina Brauss, oriunda y residente actual de Glass City. Como puede esperarse de la mayoría de los niños criados en esta ciudad, Sadie creció en una familia común y corriente que siempre dio gran importancia a los talentos musicales nacientes de la época.

Aun cuando en esos años Glass City estaba experimentando una gran crisis financiera, ella tuvo la oportunidad de acompañar a sus padres a los conciertos de Regan Vosuet, un músico novicio muy talentoso que años más tarde sería mundialmente conocido. Sadie se convirtió en una fan acérrima suya, apenas tuvo la oportunidad pidió a sus padres inscribirla en algún curso instrumental pues, a pesar de que no sabía mucho de música, pensaba que las composiciones de Revo eran mágicas, por lo que soñaba con ser parte de su orquesta.

Así fue como Sadie comenzó a atender a clases extraprogramáticas de violín, con la esperanza de que la música la guiara hasta su gran ídolo. A la corta edad de dieciséis años decidió postular a Merveilles Records, el afamado sello que Revo había fundado y que contaba con el prestigio de haber levantado a toda la ciudad, sin embargo, fue tajantemente rechazada por su falta de talento.

Un codicioso y malintencionado mánager se presentó ante ella tras su despecho, asegurándole que, si bien el violín se le daba fatal, contaba con todas las facultades físicas y vocales para convertirse en una idol. Instada por su deseo de conocer a Revo, se dejó convencer. En unos pocos meses Sadie se convirtió en una vocalista Pop muy carismática, una miembro activa de Merveilles que participó en algunos programas de corte juvenil.

Pero su carrera no duró más de dos años, pues era el tipo de artista comercial que tiende a pasar de moda muy rápido. Apenas dejó de vender lo suficiente, su mánager la forzó a convertirse en una Gravure Idol, manipulándola con la idea de que la única forma de que prevaleciera en el sello era usando su cuerpo. Sin querer echar a la basura todo su esfuerzo, Sadie hizo uso del erotismo para recuperar fama, dirigiéndose a un público mucho más adulto y morboso. Soportó en silencio el bochorno de posar reiteradas veces con prendas menores ante una cámara, protagonizando varios escándalos faranduleros y apareciendo en unas cuantas portadas enfocadas al deleite masculino. Odiaba su situación, pero sabía que de algún modo u otro debía alcanzar a Revo.

De esa forma, ya con veinte años cumplidos, Sadie adquirió el suficiente estatus como para poder acortar distancias entre ella y su jefe. No tardaron en establecer una relación muy amena entre colegas. De cuando en cuando, Revo la invitaba a participar en las reuniones sociales que llevaba a cabo con su comité más cercano y, de forma muy ocasional, compartían algún trago en solitario. Él siempre fue muy reservado con respecto a su vida privada, nunca dio luces de querer una relación sentimental con ella ni tampoco daba explicaciones acerca de los rumores que circulaban a su alrededor, falacias que referían a su posible homosexualidad o hacia un supuesto romance con una mujer casada.

Pero un día un colega veterano le contó que, años atrás, Revo presionó a la prensa amarillista para no develar uno de sus más íntimos secretos: la intensa relación que sostuvo con la hija de los Millaray, una bailarina de clase alta que se vería sumamente afectada si su familia se enteraba de aquel amorío. Sadie no podía creer que su gran ídolo tuvo un romance con otra mujer y ella ni enterada, encima hizo uso de su poder para cubrirle las espaldas.

Dolida, decidió ir donde Revo y confesar sus sentimientos. Su rechazo le significó un fuerte trauma: después de dedicar prácticamente toda su vida a él, la decepción no podía ser menor. Sadie saltó de inmediato a la conclusión de que la rechazaba porque no era una “mujer decente” como Zinnia, aun cuando la razón por la que había acabado aceptando ese empleo tan exhibicionista era precisamente para estar cerca de él. A fin de cuentas, todo el amor que sentía acabó convirtiéndose en odio y rencor. Con gran ofuscación, Sadie renunció a Merveilles y se hizo periodista con la apasionada intención de quebrantar la impecable imagen que hasta entonces proyectaba, queriendo develar el lado oscuro de su éxito.

Presentó tal entusiasmo y dedicación para recoger primicias que al cabo de unos años ascendió a editora, y tras unos cuantos proyectos que organizó por su cuenta, los altos mandos de la Editorial Magnolia le dieron el cargo de jefa de redacción. Es capaz de despedir a un periodista que no siga sus principios: hacer ruido de lo que los artistas callan y tienen que soportar. Es una total convencida de que la música ha sido envenenada y usada al servicio de este tumulto de mezquinos que se alimentan de sueños ajenos... Aunque a fin de cuentas, no deja de ser la venganza de una mujer despechada.