{P} Pepperoni, Sukini y mucha Mozzarella ♪

Anillos, bufanda, sandalias, corbata de moño para intentar verme más serio… ¡Todo listo! Oh, sí, mi guitarra no puede faltar, porque a fin de cuentas tengo una sorpresa con ella. Ahora sí, todo listo.

Cierro la puerta de mi habitación y bajo por el barandal de la escalera con una impresionante agilidad, tomando un pan que mi vecina del piso de abajo asomó por la puerta cuando sintió mi presencia a toda velocidad, aterrizando limpiamente frente a la puerta del edificio para darme la vuelta y darle un “¡Grafiaf!” con el pan en la boca, mientras la ancianita se despedía de mí con un gesto de su mano antes de volver a su apartamento, ¡Era una señora tan adorable! Nada más salir del edificio, me puse una mano en la frente como para hacerle sombra a mis ojos, percatándome que el cielo estaba oscuro. Eso era una muy mala señal, considerando que llevaba varios días pensando en algo bueno para mi salida…

- ¡No es problema! – me dije a mi mismo, sujetando un paraguas que tenía atado en la cintura – Una lluvia no me va a detener, ¡Ahora, al centro comercial!

Tomé el primer bus que se pasó por el frente del edificio de un brinco y saludé a los pasajeros, sentándome en un asiento libre junto a una señora de huesos grandes y cara hinchada. ¿Le habrán picado las abejas? Porque esos labios no parecían ser naturales, aunque también existe la consecuencia de muchas cirugías plásticas durante su juventud. Tragué grueso al salir de mi ensimismamiento y darme cuenta que la mujer me estaba observando tan fijo como yo, desviando la mirada para arreglar el moño de mi cuello. Esa cosa me estaba ahorcando. Glup.

Lo curioso del caso es que antes de llegar a la estación a la que necesitaba, la ancianita del edificio había subido al bus, saludándome sileciosamente con su mano como siempre. ¿Cómo hacía para correr tan rápido? Si la había dado en el edificio hace como cinco minutos… ¡Bueno, no importa! Seguro y se tomaba sus vitaminas. Le ofrecí el puesto a la abuelita, recibiendo un par de miradas como embobadas de algunas señoras en el bus. ¿Qué? ¿Es que acaso aquí no solían dar los puestos a la gente mayor? Qué extraños son. Había llegado a mi destino y me despedí de la anciana por segunda vez, recibiendo un “¡Hasta pronto!” de las señoras del bus que me hizo bajar con una cara de póker, sintiendo un escalofrío a mis espaldas que tuve que proteger hasta mi retaguardia por tener un extraño presentimiento de mirada fija en ellos.

Bastaba decir que estaba a punto de llegar tarde, como era lo usual incluso en mi trabajo (¡Juro que me despertaré más temprano!), tuve que esquivar algunos  autos para así llegar más rápido a mi destino, haciendo la danza de la lluvia en el proceso, cosa que acabó por retumbar las nubes y hacer que finalmente lloviese. Me cubrí con el paraguas de inmediato para así mantenerme sequito, mirando al cielo con cierto recelo a los mayas que sabía que me estaban mirándome en este instante. ¡YO NO QUERÍA QUE LLOVIERA HOY, LO HE HECHO POR ACCIDENTE! Respiré profundo , no podía dejar que algo como eso afectara a mi Chi, todavía podía llegar, ¡Y más si lo tengo a la vuelta de la esquina! Debía darme prisa si no quería llegar con el minuto y medio que tenía por delante de retraso.

Nada más asomarme a ver la entrada, pude distinguir a una persona que estaba frente a la puerta, haciéndome sonreír de oreja a oreja al distinguir el fabuloso cabello brillante que me recordaba al algodón de azúcar. Procuré que no se percatara de mi presencia todavía, pasando por los bordes de unas columnas para así sorprenderle por detrás y ponerle el paraguas encima, asomándome a un lado con la misma sonrisa para saludar:

- ¿Te hice esperar mucho? – pregunté, acomodándome el moño del cuello. Había recordado que tenía algo en mi bolsillo que quería darle – Me hubiera gustado darte algo más impresionante para darte la bienvenida a la ciudad, pero creo que sabrás reconocer de dónde viene – le guiñé un ojo, tendiéndolo en su mano.

regalo:

¡Válgame! Por poco y olvidaba que Danielle tenía una fuerza tremenda. Su abrazo me había tomado desprevenido pero porque sentía que me estaba ahorcando en vez de abrazarme, tratando de mantener mi sonrisa para que no se diera cuenta que poco a poco me ponía morado. Al separarse, tomé una bocanada de aire y dejé caer mis hombros, sólo para taparme los oídos muy disimuladamente cuando la muchacha había vuelto a gritar descabelladamente, ¿Sería prudente el preguntarle si estuvo en alguna banda de Metal, teniendo tremenda voz? Si, no sería nada prudente.

- Eh… eh… ¡Q-Queso! – grité, sonriendo de oreja a oreja y abrazándola por los hombros cuando había vuelto a atraparme, riendo por esa misma emoción infantil que tenía. – Me alegra que te guste, ¡Estás muy guapa! – ladeé la cabeza con la misma sonrisa y los ojos cerrados, siempre cuidando de que la lluvia no le fuera a arruinar el conjunto. Me le puse al lado para ofrecerle mi brazo – ¿Te parece que vamos adentro?

No recuerdo haber entrado l centro comercial de Glass City si quiera para comprar pan, ¡Pero vaya que era enorme, y muy bonito! El sitio de por sí afuera se veía bastante elegante, y por dentro parecía no tener fin. Sería difícil el encontrar un sitio donde pudiéramos comer pizza, ¡Pero eso no era lo importante ahora! Estaba muy interesado en conocer un poco el sitio, podría esperar hasta que sea adecuado la idea de conseguir una pizzería… a menos que a Danielle le ruja la tripa por todo el rato que estuvo esperándome.

Miraba de un lado a otro, maravillado por la excentricidad de las tiendas a las que pasábamos, pareciendo que ninguna de ellas tendría fin. ¡Eran sumamente grandes! Y poblada de gente, por demás. Parecía que el sitio era el centro de las personas más extravagantes de la ciudad, porque si a mí me llamaban llamativo con la melena roja, no quieren saber lo que hemos estado viendo desde hace rato. Sonreí de oreja a oreja, empezando a sentir que estaba muy lelo mirándolo todo, ¡Verdad que estaba acompañado! Me encogí un poco de hombros, apenado con mi compañera cuando casi se me olvidaba que estaba con ella. Me aclaré un poco la garganta, tratando de disimular mi poca creatividad para iniciar una conversación:

- ¿Todo bien, Danielle? – pregunté, mirándole con curiosidad – ¿Qué tal te ha ido estos días en Glass Citiy? ¿Has podido explorar un poco? – le sonreí con los ojos cerrados, jugueteando un poco con el paraguas que tenía en mi mano “libre”.

- ¡Oh, c-cierto! – dije, rascándome la nuca con una sonrisa de oreja a oreja, sumamente avergonzada – Eres muy buena enseñando, ¡He podido entenderte del todo! Espero y los chicos de tu turno hayan disfrutado la clase como yo. ¡Eres impresionante! – tratando de desviar mi atención del recuerdo vergonzoso, miré hacia el frente, con la misma sonrisa nerviosa de oreja a oreja – ¡T-Todo bien conmigo! He dado un par de clases hasta ahora. Mis alumnos son bastante aplicados en la materia…

Quería golpearme la cara, ¡Si apenas y has podido dar una clase, Jones! Pero me avergonzaba la idea de pensar que Danielle había dado más en la semana que vino y yo estaba cerca de cumplir el mes con el trabajo. No tuve tiempo de si quiera pensarlo, porque apenas salir de mi trance la muchacha me tomó del brazo, arrastrándome (casi en contra de mi voluntad) hacia un local que yo desconocía por completo (“¡¡¡V-Ve más despacio, Danielle!!! ¡Creo que dejé mi apéndice en el camino!“ grité, justo antes de detenernos de golpe en el que por poco y me tiraba de boca).

Al asomarme por la puerta, un hombre nos saludó gritando “¡Bongiorno!”, cosa que me sobresaltó cual chihuahua y automáticamente me hizo adquirir una postura de defensa, como cuando entrenaba con los monjes arriba en la montaña. El sujeto se extrañó un poco por mi posición, pero luego nos invitó a pasar, guiándonos a la mesa más cercana de la barra, dónde se podía ver perfectamente cómo los chefs se encargaban de hacer toda la comida (gran tortura para mí, muy en el fondo). Corrí rápidamente alrededor de la mesa para así fuera Danielle la que se sentara de primera, separando la silla de la mesa. Una vez lista, correteé para volver a mi silla e incorporarme frente a ella, sonriendo de oreja a oreja. El mesero se nos acercó ofreciéndonos los menús, cosa que no dudé en abrirlo apenas teniendo en mis manos para mirar con enorme deseo las imágenes de pizzas que estaban en él.

Salmón ahumado con queso crema, cuatro quesos, napolitana… Sólo imaginármelas con la versión más grande del mercado me volvía loco, teniendo que aguantar las ganas de babear sobre la mesa, haciendo un pozo tal vez por todo el restaurante. No fue entonces cuando mi muy, muy desarrollado sentido del olfato se activó: Tomate, Mozzarella, albahaca… Listo, estaba listo para ascender a los cielos. Era mi hora.

- Piiiiiiiiizza margariiiiiitaaaa… – dije, atrapado en el décimo plano del mundo al estar embriagado con lo que captaba mi muy sensible nariz. Movía mi cabeza de un lado a otro, respirando profundamente para casi saborear en mi paladar los ingredientes. Parecía como si estuviera haciendo algún proceso de hipnosis o algo por el estilo, siendo una pizza la que me seducía en vez de un bonito reloj de bolsillo.

Podía sentir la mirada del mesero sobre mí, preguntando muy disimuladamente a Danielle si es que algo me pasaba, aunque apenas y podía escuchar cosas del exterior, porque yo estaba muy ocupado viéndome a mí mismo bailando con una pizza margarita, además de comérmela, aunque me hacía sentir mal el hecho de que la devoraba frente a su familia… Sniff.

Una vocecita en mi interior me llamaba, interrumpiendo mis fantasías con la pizza. Yo quería taparme los oídos y hacer como el que no escuchaba nada, pero esa vocecita se hacía cada vez más irritante y yo no podía dejar de ignorarla. ¿Quién sería? ¿Acaso era la voz de mi consciencia? A lo mejor sí, porque apenas me di cuenta que estaba soñando, Danielle me habló:

- ¿Ah? – fue lo único que pude decir cuando finalmente había escapado de mi propia mente. Tuve que hacer un esfuerzo por adivinar lo que había dicho, muy vagamente creí haber escuchado un “margarita”, así que debía haber estado hablando de la pizza – ¡Oh! N-No hay problema. Si, si. Claro. Pizza margarita… – traté de no echarme a babear de nuevo, sonriendo nervioso mientras ocultaba mi rostro avergonzado detrás del menú y deseaba que me comiese la tierra en ése momento.

Traté de hacerme el interesado en la sección de bebidas mientras esperaba. No me sentía desesperado por la pizza (bueno, tal vez un poquito), pero la verdad me sentía un poco incómodo al no saber sacarle un tema de conversación a Danielle. Por alguna extraña razón me inquietaba tenerla cerca, como cuando sientes que se te enreda la lengua de sólo respirar y tienes el presentimiento de que dirás una estupidez como se te ocurra separar los labios. Creo que todavía estaba algo avergonzado por lo del trance, así que mientras trataba de buscar coraje, traté de pensar en qué bebida sería más gratificante para acompañar la pizza margarina:

“Malteada, refresco, cerveza, agua, batido de frutas, té helado…” hacía lista en mi cabeza, aunque ni siquiera me había dado cuenta que lo estaba comentando en voz alta y cualquiera que estuviera cerca podía escucharme casi a la perfección. Me encogí de hombros, mirando por encima del menú a mi compañera antes de esconderme de nuevo ante cualquier movimiento en falso que hiciera para mirarme a la cara. En ese preciso momento, el mesero volvió para preguntar si queríamos acompañar la comida con algo para beber, cosa que agradecí porque me ayudó a relajarme un poco, aunque no podía dejar de sentir la mirada extrañada del hombre sobre mí.

Al final me decidí por un té helado, después de todo, siempre me pareció muy refrescante y me abría el apetito cada vez que comía pizza. Tomadas las bebidas, torpemente miré hacia Danielle con la sonrisa de oreja a oreja que había usado para pedir el té, sintiendo que lo había estropeado al mirarla y obligándome a pelar los ojos como búho. Llevé una mano hacia atrás para rascarme la nuca, riéndome con los ojos cerrados un tanto avergonzado y sintiendo que me ruborizaba un poco. ¿Qué tanto debía esperar para la pizza?

Fue un alivio y a la vez horripilante el hecho de que Danna fuera quien comenzara la conversación. Siendo sinceros, yo la verdad no habría sabido cómo abordar una conversación sin tomar un tema cliché como el clima o algo por el estilo, pero tampoco quería que nos quedáramos en silencio tanto rato, porque eso implicaría miradas más incómodas y no creo que sea posible el llegar a tener la cara más roja que mi propio cabello. Me encogí de hombros y bebí un poco de té para tratar de ordenar las ideas en mi cabeza, y afortunadamente, salió un tema trivial del que sería capaz de responder sin decir cosas estúpidas: El Musette.

- Bueno… es extracurricular, si. Los alumnos no están obligados a aprenderla, pero me llena de emoción saber que al menos un grupo de interesados en ver lo que consiste – sonreí de oreja a oreja, bebiendo otro poco de té – Mi materia no tiene gran ciencia, la verdad. Básicamente me encargo de que mis estudiantes sepan qué hacer cuando suceda algo inesperado, como… ¡Oh! Creo que recordarás el concierto de Reino Unido cuando uno de los reflectores por poco me cae encima: El baterista advirtió sobre el asunto y cuando lo esquivé dando una vuelta le pedimos a los técnicos que terminaran de derrumbar las luces para que tuviéramos un final “impactante” y no se notara que de verdad se aflojaron uno de los tornillos – sonreí de oreja a oreja, sintiendo que sudaba por la nuca al recordar esa experiencia. Fue realmente genial ese concierto, uno de mis favoritos... pero el sólo hecho de que estaba a punto de ser aniquilado por una luz roja me ponía los cabellos de punta.

Hice una pausa para dejar el té a un lado y comer algo de pan, porque conociéndome me habría terminado toda mi bebida y la idea es que sirva de acompañamiento o salvaguardas como me esté ahogando con un peperoni. Nada más darle un mordisco al pan, sonreí de oreja a oreja, volviéndome hacia Danna:

- Eres muy buena profesora, no entiendo por qué no muchos asisten. Si yo fuera un estudiante de Musette, iría a cada una de tus lecciones… independientemente de que seamos amigos – sonreí de oreja a oreja, guiñándole un ojo con simpatía – . Mi materia no es muy necesaria el verla, pero creo que es importante que los chicos tengan un buen sentido de la moda y de color de labios para verse casi igual de geniales como tú en el escenario – reí suave, volviéndome a encoger de hombros.

Tomé un segundo pan pensando un poco en nuestras asignaturas. Ciertamente, la improvisación dentro y fuera del escenario (el segundo caso si llegara a suceder algo con la prensa o algo por el estilo), y mi única misión dentro de esta materia era el enseñarle a los poodles sobre cómo resolver esos problemas sin que entres en pánico. Estética, por otro lado, me parece de mayor importancia, ¡Son tips sobre cómo debes lucir! Crear tu propio estilo, ser tu mismo, jugar con el maquillaje… ¿No sería genial que hubiera una especie de clase de “Improvisación Estética”?

- Oooooooh vaya! ¡Espera un segundo! ¡Tengo una grandiosa idea! – dije en voz alta, llegando a ponerme de pie de un solo golpe – ¡Danielle, tenemos que dar una clase juntos! ¡Sólo piénsalo! Tus gustos y toda tu magia para el maquillaje y mi talento para improvisar las cosas, ¡Es la combinación perfecta! ¡Podemos solicitarlo al director de la escuela, estoy seguro de que sería muy interesante para los estudiantes el que demos una especie de taller con dos materias mezcladas! – me incliné hacia ella y sobre la mesa hasta que nuestras narices se encontraron – ¿Qué te parece? ¿Estás de acuerdo?

Esos segundos infinitos en los que veía fijamente a los ojos de Danielle se hicieron un poco tortuosos, considerando que estaba demasiado cerca de ella y prácticamente dejaba todo mi peso sobre la mesa a riesgos de que se volteara y me diera contra el suelo, si… era tortuoso. Creí que jamás me respondería, pero cuando puso las manos sobre mis mejillas, no pude evitar sentirme más nervioso e incluso tragar grueso, abriendo los ojos como platos hasta verla sonreír con esa energía radiante que la caracterizaba.

Tengo que admitirlo, su sonrisa fue casi como una descarga eléctrica por todo mi cuerpo, verla de cerca era realmente distinto a hacerlo a un metro de distancia. Además de ello, fue bastante contagioso, por lo que sonreí de igual manera aunque sus saltitos por poco y volcaban la mesa, como justo me temía.

El mesero llegó y no tuvimos más opción que volver a nuestros asientos. Particularmente, me sentí como un muchachito regañado, por lo que mantuve la cabeza agachada rascándome la nuca hasta esperar a que el hombre se fuera. No podía dejar de sonreír, no sé si por la pena o el recordar la preciosa sonrisa de Danielle. Estaba claro que me había ruborizado un poco, y realmente no me importaba. Cuando sentí que el aroma a la pizza llegó a mis narices, levanté la cabeza de golpe y me di la tarea de deleitarme con el deliciosísimo aroma al Pepperoni, Sukini y Mozzarella... mucha Mozzarella. No podía esperar a hincarle el diente, de verdad, se me hacía agua a la boca y se me humedecían los ojos de sólo ver ese círculo perfecto y crujiente… pero tenía que controlarme frente a Danielle, no podía mostrarle de mis grandes habilidades para deshacerme de una extra-grande de un solo mordisco. Eso y porque el mesero todavía nos tenía un ojo clavado encima.

- No tienes idea de lo mucho que significa para mí tu respuesta – respondí, tomando el vaso de té y alzándolo un poco como si fuéramos a hacer un brindis – Tal vez después de esta deliciosa comida podríamos sentarnos a platicar con lujo y detalle lo que podemos hacer para ese taller, a qué aulas los vamos a ofrecer… tú sabes – volví a guiñarle el ojo, ofreciéndole la taza de té para el susodicho brindis. No me parecía mala idea, así que luego de un ligeramente ruidoso “¡Buen provecho!” de mi parte, brindé con Danielle y le di un sorbo al té, para después volver a mi hermosísima pizza.

No vayan a malinterpretarme pero… era tan perfecta que sentía que en cualquier momento saltaría como esa propaganda de TV en la que una rebanada de pizza trataría de persuadirme para luego promocionar una pasta dental. No sé si la han visto, pero cada vez que la veo se me antoja comer algo de pizza (como es lo usual). Volviendo a la realidad: Corto otro poco la pizza para extraer un pedazo y acercarlo a mi rostro, tenerlo tan cerca me hacía sentir en el cielo, no podía esperar para darle una mordida. Abrí la boca, y justo cuando estaba a punto de probarla, me di cuenta de un detallito, pequeñito, chiquitito…, muy particular.

- Uh,Danielle… – murmuré, parpadeando con confusión – ¿Y tú por qué no vas a comer pizza? D-Digo, no es por criticarte pero… tú sabes, creí que la comeríamos juntos y todo eso – reí algo nervioso, volviéndome a rascar la cabeza.

Empezaba a sentirme mal de sólo tener la pizza en las manos. No sabía si había malinterpretado su invitación con saber que los dos o ella cambió de opinión a último minuto. De cualquier modo, bajé la rebanada de pizza que estaba en mis manos para dejarla en el plato de nuevo, mirando a mi compañera con los ojos abiertísimos mientras la escuchaba. Iba a protestar sobre el dinero, levantando mi índice derecha y separando los labios para hablar, pero en seguida su tenedor amenazante me detuvo y me obligó a sentarme de nuevo como niño obediente, quedándome en silencio cuando ella hubo terminado.

Realmente me había quedado sin habla, sólo me le quedaba viendo con la misma expresión estupefacta y no movía ni un solo músculo. Cuando el mesero volvió a pasar para llenarme el vaso (muy eficiente, por cierto) fue que volví de mi trance, llevándome una mano a la nuca y sintiendo que mi rostro delataba mi vergüenza por completo.

- Eh… bueno… si yo, este… – Tragué grueso, sonriéndole de oreja a oreja con los ojos cerrados – No sé qué decir. Acabas de sacarme un par de colores – reí con torpeza, volviendo a tomar mi té para dar un sorbo a ver si con eso disminuía el color de mi cara. De sólo imaginarme cómo debía lucir me daban ganas de decir algo como “trágame tierra”, pero es demasiado adolescente.

Miré con algo de nervios la rebanada de pizza de antes, volviéndola a tomar entre mis dedos y mirando de reojo a Danielle con la misma sonrisa un poco torcida. Finalmente, decidí darle un mordisco, y nada más sentir el suave tacto del pepperoni en mi paladar podía escuchar un coro de ángeles a mi alrededor, que podía separar los mares en dos, que convertía el agua en vino, que volaba por los aires cual pájaro y que las puertas del paraíso se abrían en mi boca. Sentía que iba a llorar, pero la gloriosidad de la pizza me impedía hacerlo con miedo a que manchara su pureza. Mastiqué con lentitud dejando que ese sabor explosivo reventara en mi boca, y nada más tragar, suspiré como si llevara rato sin respirar (cosa que así era). Gloria divina al Dios del Rock N’Roll, ¡Gracias por crear la pizza!

- Creo que esta es la mejor pizza Margarita que he probado en toda mi vida… *sniff* – dije entre lo que pude, volviendo a abrir los ojos para ver a Danielle y levantar la rebanada con la cabeza abajo como si estuviera ofreciéndoselo a alguna especie de deidad o algo por el estilo – ¡Muchas, muchas gracias!

Y no se diga más, ¡A comer!