⚛ Un día torpe ⚛ [Libre]

Sí señor, nada como dirigirse al mercado sólo para comprar comida de perro para Keilla.

Muchos se preguntarán: Marceline, ¿Por qué demonios vas a comprarle comida de perro a Keilla? Pues cuando se es vampiro con síndrome canino, era difícil determinar si eras una criatura de la noche o eras un canino con muchas pulgas. Para su suerte al menos esta vez estaba sola, por lo que no tendría que hacer explicaciones del por qué demonios estaba con una chica que llevaba una correa puesta y lengua afuera. Resopló, levantando un mechón de su cabello ante esa experiencia tan desagradable como la última vez y se limitó a entrar a la tienda, saludando un tanto amargada al empleado, que parecía haberla recordado tanto como ella de la última vez.

Paseó entre los pasillos sin perder demasiado su tiempo, pasando directamente por el pasillito de animales para así tomar una bolsa de comida e irse rápido. Escuchó cómo a un idiota del otro lado del pasillo se le caía algo, obligándose a sonreír ante la torpeza del mismo. No sabía quién era, y tampoco es que le interesara mucho. De hecho, estaba dispuesta a seguir con lo suyo e irse rápidamente del local para llevarle la comida a su amiga y que así dejara de quejarse, pero el distintivo olor a la comida picante llamó poderosamente su atención, volteándose en dirección a donde había escuchado el ruido. Obviamente no podía ver nada dado a la columna donde estaba puesta la comida, pero, ¿Quién dijo que eso iba a ser un problema?

Bastaba con elevarse un poquito por encima de la comida para así ver a un muchacho (tremendo morenazo, por cierto) recogiendo las migas como si de un muerto’e hambre se tratara. Sonriendo ampliamente, tomó dos latas de comida picante, una para ella y la otra para el chico. Flotando por encima de su cabeza y dejando caer su cabello casi como una cortina, estirando una de sus manos para ofrecerle un envase.

- No tienes por qué estar comiendo del piso, cariño – sonrió de oreja a oreja, guiñándole un ojo – Yo lo pago si estás a falta de dinero~

Sonrió de oreja a oreja, entrecerrando un poco la mirada para ver cómo se mostraba extrañado por lo que había dicho. Ladeó la cabeza, riéndose por lo bajo. ¿A que no era adorable? ¿Ya había dicho antes que provocaba estirarle las mejillas? Aunque con ese tamaño… No, mejor no pensar en esas cosas, que seguro era muy pequeño pero el tamaño engañaba.

Le pareció adecuado el no producirle tortículis a su compañero así que flotó por encima de los estantes para así incorporársele al lado, mirándolo con el mismo gesto divertido al ver que parecía ocultar la evidencia de una forma muy pobre pero hasta efectiva. Total, nadie lo iba a señalar con el dedo para decir que era culpable, pudo haber sido cualquiera con un inocente tropezón y la valió madres que estuviera en el piso. Acabarían dándole trabajo al que limpia, que es precisamente lo que necesita para ganar dinero. Marceline hizo un gesto con sus dedos como si se pasara un cierre por la boca, moviendo su mano como si desechara algo como si le dijera “mis labios están cerrados”, para después adelantársele al muchacho y que le acompañara hasta el cajero, pagando la comida y las cosas extras que llevaba consigo.

- Siempre es bueno encontrarse con alguien caritativo, ¿No crees? – volvió hacia el muchacho, ofreciéndole la comida de nuevo – Créi ser la única a la que le gustaban estas cosas en la ciudad, nadie más lo compra.

- Marceline, Marceline Abadeer – respondió, abriendo la puerta mientras le invitaba a salir del local, sonriéndole ladina – ¿Cuál es el tuyo, nene? – y mientras que esperaba a que su compañero saliese, se dio la tarea de mirar con total descaro su retaguardia, aún y cuando el muchacho de la caja registradora le mirase con cierto espanto y desaprobación. Se echó un enorme mechón de cabello hacia atrás, cerrando la puerta tras sí.

Abrió su envase y así echarse un pequeño puñado a su boca, sintiendo cómo los sabores picantes le escocían la lengua de una manera sumamente exquisita. Se encogió de hombros y tuvo un escalofrío, gustosa de las sensaciones que ahora pasaban por su esófago y caían como una masa pesada en su estómago que le revolvió los intestinos, tal y como le gusta. Exclamó unos roncos “Hm, hm, ¡Hmm~!”, tal y como si estuviera degustando el cielo, aunque por las propiedades que tenía la comida, era como si estuviera haciendo una bomba de tiempo en su estómago.

Caminó sin más hacia el frente, esperando a que su acompañante le siguiera el paso hasta una banca que quedaba al otro lado de la calle, justo en frente de la tienda por si les interesaba comprar otra cosa. Se sentó, cruzando las piernas para tomar otro pequeño puchado y comerlo como si nada, mirando de reojo al muchacho para darle una pequeña ojeada: Lindo, muy lindo. Le gustaba que estuviera colorado, le gustaban los morenos. ¿Ese mechón rojito en su cabello sería natural o pintado? Que la curiosidad la mataba. Le miraba de pies acabeza sin que le importara que le desagradara, ella estaba sintiéndose totalmente satisfecha con la comida y con lo que veía, ¿Qué otra cosa podría pedir?

Verlo sin camisa tal vez, pero seguro y se haría el difícil.

- No te había visto por aquí antes, dulzura – dijo luego de tragar – ¿Has llegado recientemente?

Le miraba de arriba-abajo entre toda su cháchara, como si pusiera en segundo plano su paquetito de quema-lenguas al tener algo mejor que pudiera “degustar” más tarde. Le causaba gracia el que se mostrara tan despreocupado por sí mismo, ¿Aunque no le daba algo de penita el que dijera que no sabe cocinar? A lo mejor sólo era un enano, aunque esa figura de Adonis le confundía bastante. Rió suave, apoyándose como él lo hacía de llevar los brazos sobre el banco y cruzándose de piernas, haciendo una postura comprometedora de las suyas antes de apartarse un mechón de cabello con un movimiento de cabeza.

- Así que eres algo así como un nómada que depende de paquetes de comida picante chatarra para sobrevivir –alza los hombros, volviendo a reír antes de jugar con su cabello, siempre como provocativa – Bueno, la verdad es que yo no tengo la necesidad de comer estas cosas, pero me encanta cómo saben – levantó el paquete de chatarra que ya estaba a medias, agitándolo un poco – . ¿Sofisticada, dices? Bueno, si lo quieres llamar así, aunque… a mí me gustan son otro tipo de delicateces…

Si hay algo que Marceline no es buena (es una lista muy escasa, a decir verdad), es en ser disimulada. Aunque en este caso era apropósito, volvió a mirar al muchacho de punta a punta, sonriendo con picardía y relamiéndose muy disimuladamente el labio. Cualquiera que la viera seguro y descubriría rápido sus intensiones, acercándose en dirección al muchacho montada sobre la banca hasta tenerlo lo suficientemente cerca para que, al sonreírle, pudiera ver esos colmillos escondidos que se alargaban de forma amenazante. Una voz casi de ultratumba parecía venir desde lo más profundo de su garganta, y cuando parecía querer abalanzársele sobre el muchacho, Marceline se levantó de golpe.

En vez de lanzársele encima al cuello para moderlo, matarlo, descuartizarlo, o cualquier cosa que se le pudiera ocurrir a alguien normal, la muchacha simplemente le robó el paquete de chatarra que tenía, quedándose frente a él para posar la punta de sus colmillos sobre el paquete, quitándole el color rojo del mismo hasta dejar el paquetito pintado completamente de blanco. Lo tiró en dirección al moreno para que pudiera atajarlo y que comprobara lo que parecía imposible: El color rojo del paquete había desaparecido, pero la chatarra seguía allí como si no hubiera pasado nada.

- A mí me gusta más comerme el color rojo~ – dijo, guiñándole un ojo.