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Mensaje por Mine Sagan Sáb Jun 08, 2013 12:27 am

Familia Sagan / 10 años atrás

Esta historia corresponde a la contraparte explicativa de Errores.

Sus pequeños dedos se deslizaban a lo largo del refinado piano de cola, moviéndose con destreza al vaivén de la tonada, como si estuvieran danzando sobre las teclas. Al lado de él, Mine se veía aún más pequeña de lo que ya era pero esto era algo que curiosamente le gustaba. Llevaba al rededor de cuatro horas practicando Canon de Pachelbel, una pieza particularmente difícil para una infante de tan solo ocho años. Iba lento y cometía un sinfín de errores, pero no podía darse por vencida o sino su padre se decepcionaría mucho de ella, además, fallar en las pruebas que le imponía no significaba otra cosa más que la privación de la cena. Y esa noche en particular tocaba su plato favorito: pasta.

Mientras Mine seguía muy concentrada en su tarea, su hermano menor la observaba desde el otro lado de la habitación, apoyado en el marco de la puerta con el ceño notoriamente fruncido.

Mamá y yo iremos a jugar a las escondidas, ¿vienes? – Preguntó el muchacho de cabello plateado, mostrándose ligeramente ansioso.
Aún no lo consigo... – respondió ella sin siquiera voltearse a verle.
¡Ya déjalo, Mine! ¡Has estado allí casi todo el día! ¡Te vas a morir si sigues tocando piano! – Exclamó el menor que dejaba salir a flote su indignación. Se acercó unos pasos al interior del salón, interceptando a su hermana desde la cola del piano.
¿No crees que pueda hacerlo? – Por su parte, la niña seguía muy tranquila y no apartaba la vista de las teclas. Ni siquiera los berriches de Sel eran capaces de frenar su interpretación.
Solo creo que necesitas un descanso...

En eso, los hermanos Sagan oyeron el particular sonido de una manija al abrirse. Mine detuvo sus dedos con una expresión expectante, de la misma forma, Sel volvió su cuerpo hacia la puerta pero, para alivio de ambos, solo se trataba de su modesta madre. Vestía un fino vestido de seda que solía llevar en el interior del hogar, así como también su cabello se encontraba pulcramente trenzado.

Sel, ¿estás molestando a tu hermana en su práctica otra vez? – Preguntó la mujer con una cándida sonrisa, sin embargo esto pareció irritar aún más al niño.
¡¿Por qué ella tiene que seguir aquí?! ¡No ha hecho nada malo! Voy a ordenarle a mi padre que la deje salir a jugar... – bramó Sel acrecentando su ira.
Cariño, no creo que eso sea...
Sel, no fastidies a papá – Mine interrumpió a su madre con firmeza, mas no se volvió a verles. Centró su atención nuevamente en lo importante: el piano. – Él solo hace esto por mi bien.
Pero...
Descuida, puedo hacerlo.

El hermano menor no parecía del todo conforme con esta resolución, se quedó observándole fijamente, molesto y al borde del llanto. No creía justo que Mine tuviese que soportar tantas horas tocando el piano solo por no poder sacar una estúpida canción, además era la primera vez que se le presentaba una partitura tan difícil, ¿acaso su padre estaba loco? Por otra parte, su madre intentó consolarlo con una suave palmeada en sus pequeños hombros, pero era algo difícil de aceptar, el pequeño se limitó a quedarse quieto, cabizbajo y con los puños fuertemente apretados.

Al cabo de unos segundos, la hermana mayor dejó escapar un pesado suspiro antes de volver a detenerse. Volteó su rostro hacia Sel y cuando éste levantó la mirada, le sonrió.

Ven aquí, llorica. – Dijo Mine, deslizándose hacia el otro lado de la butaca, dejando un espacio lo suficientemente amplio como para que el pequeño Sel se sentara junto a ella.

Dubitativo, el niño del cabello albino observó primero a su madre, quien con un simple gesto le alentó a ir sin miedo hacia donde se encontraba su hermana. Con timidez, Sel se refregó los ojos con el dorso de la mano mientras se situaba junto a la niña. Hubo un prolongado silencio en el que ambos hermanos se quedaron fijos observando las blancas teclas del piano.

Practiquemos nuestra canción – propuso Mine.
¿Eh? Pero si solo son dos notas... ¡No tenemos que practicar para algo así!
Entonces déjame enseñársela a mamá y así lucirme un rato...

La madre de ambos infantes dejó escapar una suave risilla mientras acercaba un taburete y lo situaba estratégicamente en medio de la sala de música, dispuesta a escuchar la melodía que sus queridos hijos iban a interpretarle. Eran niños de poco trato social, ambos vivían permanentemente enclaustrados en aquella enorme mansión por deseo de su marido, estudiando para ser pianistas profesionales. El único contacto que tenían con el mundo externo eran sus respectivos profesores, los cuales venían durante toda la semana y se dedicaban a enseñarles acerca de las ciencias básicas que solían impartirse en las escuelas normales. La relación entre ambos era generalmente buena, pero como madre no dejaba de preocuparle el hecho de que dependieran tanto el uno del otro.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por dos notas que de forma reiterada hicieron eco en el salón, Sel se preocupaba de esto mientras Mine le acompañaba, construyendo juntos una hermosa canción. Era sencilla, pero la interpretación en conjunto de ambos hermanos la convertía en una pieza única, sobretodo para esa orgullosa madre que observaba sus pequeñas espaldas con suma ternura.

¿Te gusta la música? – Preguntó Mine, sin detenerse. Era como si la melodía les conectara en un permanente e insoldable lazo, podía sentir cómo su corazón se llenaba de una cálida sensación a medida que elaboraban la tonada.
Me gusta solo cuando estoy contigo, papá hace que se vuelva aburrida – sinceró su hermano, quien ahora parecía hundido en una paz absoluta.
Nuestro padre es estricto porque quiere que seamos los mejores pianistas, ese es el objetivo de nuestra familia. Su forma de enseñar hará que algún día seamos perfectos, ¿no te parece genial? ¡Debemos sentirnos afortunados!
Pero no podemos ser perfectos... Mi tutora de religión dice...
¡Al diablo con eso! ¡Seremos perfectos! – Replicó Mine con una sonrisa, muy convencida de sus palabras. A su corta edad le fue imposible expresarlo de otra manera, pero en el fondo no quería que Sel cargara con angustias innecesarias pues ella era profundamente feliz tocando piano. – Por favor no te preocupes por mí cuando tenga prácticas extra, es solo que yo no soy tan buena como tú. Papá lo sabe, es por eso que me da más tarea. Pero para mí está bien, si haciendo esto puedo ser igual a ti, está bien... – agregó finalmente, volviéndose a verle por un momento.

Sel se quedó paralizado ante estas palabras, no tenía idea que esa era la verdadera razón de la diferencia de trato entre su hermana y él. Pues si, su padre nunca había sido demasiado exigente con su persona en relación a Mine, y tenía sentido, pues él no tenía mayores complicaciones a la hora de interpretar las canciones que le imponía su estricto progenitor.

Contrariado, el albino decidió dejar a su hermana seguir con la práctica, por lo que se retiró sumisamente del salón en compañía de su madre.

Al cabo de unas horas Mine estuvo bastante cerca de sacar la dichosa canción, pero para su desconcierto su padre no llegó esa tarde a evaluarla como acostumbraba, por lo que se quedó sin cena de todos modos. Al echar un vistazo por la ventana no solo notó que ya había anochecido sino que también llovía a cántaros. Indecisa, la pequeña niña abandonó el salón de música a paso lento, llamando hacia el interior del pasillo a su madre y a Sel, sin obtener respuesta alguna.

Pasaron varios minutos antes de que se encontrara con un grupo de mujeres uniformadas con semblantes llenos de preocupación. Mine aceleró el paso para llegar hasta ellas.

¿Qué pasó? ¿Dónde están todos? – Preguntó imponente, sin embargo ninguna de las sirvientas parecía tener la intención de hablar.
El señorito Sel lleva perdido varias horas, pero descuide, ya hemos llamado a la poli... – respondió el mayordomo Charles, quien acababa de aparecer desde el otro lado del pasillo, pero fue bruscamente interrumpido por la pequeña heredera:
¡¿Qué?! ¡¿Se perdió?!

Convencida de la completa estupidez y desorientación de su hermano, Mine salió corriendo en dirección a la salida, acción que no fue prevista por ningún miembro de la servidumbre pues ella siempre había parecido ser la hermana correcta, la de la permanente prudencia. Sin embargo, en esta ocasión se dejó llevar por la impaciencia y su carácter infantil, por lo que salió impulsivamente de la mansión sin ningún tipo de protección contra la lluvia, solo manteniendo la idea fija de encontrar a su hermano. Se adentró en el bosque con la esperanza de que su voz podría guiarle hasta él.

Cada vez que te pierdas te encontraré... Sé que no te gusta nuestro padre pero al final es quien nos ha regalado lo más precioso que tenemos... Con este poder... ¡Crearé un milagro para ti!
Mine Sagan
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